Suárez, González, Aznar y Zapatero fueron halagados hasta la impudicia en los comienzos de sus respectivos mandatos y denostados al final hasta la náusea. Sólo Calvo Sotelo se libró de la quema, porque duró un suspiro y apenas le dio tiempo a enterarse de lo que quería ser de mayor. Tejero, que iba a por Suárez, lo metió de carambola en el limbo de los que pudieron ser y no fueron. Y lo cierto (estoy de acuerdo con Julia Navarro) es que ninguno de ellos era mejor al comienzo de su mandato que al final, cuando se marcharon por la puerta de atrás, sin posibilidad de retorno. La verdad es que todos ellos podrían haber intercambiado sus carnés de partido sin el mínimo detrimento de sus respectivas cargas ideológicas. Suárez habría realizado su trabajo de puente hacia la democracia desde la dictadura, que era lo que se esperaba de él, con una militancia o con otra. Y los demás también hubieran conseguido sus fines, de haber colocado sus posaderas en la poltrona con otra acreditación partidaria en la cartera.

A todos les unía el afán de poder, y vaya si lo consiguieron. Y encontrarle el sentido económico al usufructo del cargo, y vaya si se lo encontraron. Unos en mayor medida que otros, pero lo encontraron, ya que después de abandonar La Moncloa ninguno le ha dado un palo al agua. Cosa muy habitual en los políticos de todos los colores, aunque muchos de ellos tampoco habían doblado el espinazo antes de entrar en la cosa. Los políticos en nuestro país, y me temo que en la mayoría de los países, son una gran famiglia, que deja en mantillas a las de Don Corleone, Lucky Lucciano y Alfonso Capone.

Todos se pueden hablar de tú en lo que a respeto y confianza de sus conciudadanos se refiere. Plantear la batalla política como una serie de escaramuzas, una verdadera guerra de guerrillas, para echar al adversario del chalé de La Moncloa y sustituirlo en el símbolo y en las prebendas del poder, no es una buena manera de conseguir el afecto, la admiración y el apoyo de los electores. Y los gobernantes en los tiempos en que no se habían inventado la máquina de cortar jamón ni el bidé, y todo sabía a lo que tenía que saber y olía a lo que debía oler, eran admirados y respetados, porque significaban un referente para el pueblo llano que trabaja, paga sus impuestos y vota para elevarlos a las más altas dignidades del país. Sin embargo, ahora los políticos ocupan el primer puesto en cuanto a desconfianza y poca respetabilidad, porque han pasado, de ser parte importante de la solución de los problemas, a constituir por sí mismos el mayor problema.

Si Rajoy, o cualquier otro político con representatividad partidaria, se enfrentara en estos momentos al PSOE y a Zapatero con una bandera creíble de regeneracionismo político y social, unas elecciones anticipadas serían para él un paseo triunfal. Pero se da el caso de que enredados en la querella de patio de vecindad en que viven de consuno, tanto el partido del Gobierno como el de la oposición se han quedado en la anécdota perdiendo de vista la categoría. Con ese proceder sólo han conseguido que nadie les crea. Y en tales condiciones, ¿para qué adelantar las elecciones? Sólo servirían para agrandar el inmenso agujero de los gastos superfluos del Estado y ayudar a que crezca la miseria en los hogares de muchos miles de españoles.

Tiene que llegar el día que un político, sea de izquierdas o de derechas —que ambas cosas significan ya muy poco ante la crisis de valores éticos, políticos y sociales en que estamos enfangados—, gane unas elecciones generales, se aposente en La Moncloa y sea capaz de llenar las cárceles de banqueros, ladrilleros y chorizos con cargo público, aunque se queme de tal manera que al cesar en el cargo no tenga más remedio que marcharse al extranjero para encontrar a alguien que lo salude. Sólo entonces se habrá regenerado la vida publica de este país y la democracia será algo más que una palabra embustera y tramposa para arrancarle vía impositiva la mayor parte de sus ganancias a los ciudadanos que sudan la camiseta trabajando.

Porque los grandes capitales, colocados en los llamados paraísos fiscales, no pagan impuestos y los políticos en el poder no piensan en sentarles la mano. Les basta con brear a los pensionistas, a los funcionarios y a los trabajadores en general. Los otros; grandes financieros, banqueros ilustres y demás élites económicas de la nación tienen patente de corso. Con ellos funciona el «hoy por ti y mañana por mí», puesto que en la actualidad no existe ningún político que no aspire a convertirse en millonario con su paso por el poder. Si existiera se sabría…

La «baraka» de Zapatero

Hasta hace cuatro días, Zapatero no recibía de los mandatarios europeos y del César Obama más que apercibimientos para que saliera del pasmo que lo mantenía impasible ante la crisis económica, que afecta a España en mayor medida que al resto de los países europeos, menos Grecia y Portugal. Pero de pronto, a Zapatero le ha bastado hablar con Merkel vis a vis y con Obama por teléfono, para que todos los que antes decían que no ahora afirmen que en España se están haciendo los deberes como el dios-euro manda. ¡A que va a resultar que Zapatero tiene «baraka»! Sí, eso que cuando está al borde del abismo le ayuda a resurgir de sus cenizas como el Ave Fénix. Mariano Rajoy debería percatarse de una vez que al hombre de la circunfleja mirada no es fácil quitarle la piel antes de cazarlo... No basta con ponerlo a caer de un burro cada vez que se abre la boca. Porque echar a Zapatero de La Moncloa es posible, pero eso tiene un trámite: ganarle las elecciones.