Mañana se cumplen 45 años desde la publicación del descubrimiento de la radiación cósmica de fondo. Los radioastrónomos americanos Arno Penzias y Robert Wilson recibieron años más tarde el premio Nobel por tal descubrimiento. Fue un poco por casualidad. Trabajaban en los laboratorios de la compañía telefónica Bell situados en el estado de Nueva Jersey y utilizaban una antena en forma de cuerno para estudiar las emisiones en radio de la Vía Láctea. Encontraban una señal que procedía de todas partes y que era muy débil y uniforme. Primero pensaron que podía ser una interferencia del propio instrumento o que era debida a las deposiciones (que denominaban "material dieléctrico blanco") de unas palomas que habían anidado en el interior de la antena. Pero la señal persistía incluso una vez limpia la antena. Curiosamente, en Princeton, en el mismo estado de Nueva Jersey, los astrofísicos Robert Dicke, James Peebles, Peter Roll y David Wilkinson estaban diseñando una antena para detectar el mismísimo eco del "Big Bang" o Gran Explosión. Afortunadamente, alguien puso en contacto a ambos grupos y publicaron sus resultados en sendos artículos que aparecieron el 1 de julio de 1965 en la revista Astrophysical Journal Letters. Efectivamente, en las primeras etapas de la historia cósmica, la materia se encontraba en equilibrio con la radiación, en un estado que llamamos plasma, y la luz no podía viajar libremente. El universo era, por tanto, opaco, de manera similar a como en la niebla, un haz luminoso se esparce al interaccionar con las gotas de agua en suspensión, impidiendo la visión. Unos 380000 años después de la Gran Explosión, la temperatura descendió lo suficiente para que se formaran átomos estables y, entonces, el universo se tornó transparente. La señal que detectaron Penzias y Wilson eran los fotones de esa radiación cósmica que llevaban 14000 millones de años viajando. Su estudio ha permitido descifrar muchos de los enigmas que esconde el universo.