El secreto de la infalibilidad está en no arriesgar mucho. Si se mueve uno dentro del compacto discurso de la cosa (sea cual sea la cosa) y se agita lo justo para que se note bien la fibra sin desmandar el tejido, puede optar a infalible, pues al final esa gracia la otorgan quienes forman el tejido. En cambio, un hilo suelto nunca será infalible; al contrario, será un error, un fallo, una falta. Cabría especular con que ese hilo sea la primera hebra de otro tejido posible, y no fallo, sino genialidad creadora (ese desmán que hay en el origen de todos los orígenes, por ejemplo, el cristianismo de Cristo), pero la infalibilidad es en tiempo real. Aunque leyendo al jesuita José María Díez-Alegría pueda uno pensar que hubiera sido un gran Papa, y que en lo que dice hay el carisma de la infalibilidad, lo cierto es que acaba de morir como un hilo suelto, cortado a tiempo con filo infalible.