Para algunos, el elefante ha parido un ratón. Para otros, el ratón es lo suficientemente gordo como para tomárselo en serio. Para la gran mayoría, es decir, para los ciudadanos de a pie, no se justifica que el elefante haya tardado cuatro años para semejante parto. Me estoy refiriendo, claro, al fallo del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña, o más concretamente a las reacciones de nuestros políticos ante el fallo.

En primer lugar, decir que no se entiende cómo es posible que para llegar a la conclusión que han llegado, los altos magistrados del Tribunal Constitucional no hayan sido capaces de hacer un fallo mucho antes. En segundo lugar, sorprende el cainismo latente en nuestra clase política. Y es que el hecho de que fuera el PP quien presentara recurso de inconstitucionalidad sobre parte del articulado del Estatuto no significa que el mismo fuera enteramente constitucional. Pero nuestra clase política es así. Si el PSOE defiende algo, ese algo es inmediatamente estigmatizado por el PP. Y a la inversa, como ha sucedido con el estatuto catalán.

Por eso, a mí me han parecido de patio de colegio las manifestaciones de los líderes socialistas a la hora de valorar el fallo del Constitucional. Su reacción ha sido de enorme alegría por lo que el alto tribunal no ha considerado inconstitucionales todos los artículos que pretendía el PP, y así los dirigentes socialistas mirando a los populares parecen críos en el patio del colegio diciendo aquello de: «Chincha, rabia, que el Constitucional no te ha dado la razón.... chincha, rabia...».

Y, sí, me sorprende esta reacción, cuando el hecho de que sólo hubiera un artículo del estatuto que no sea constitucional para que todos debiéramos sentirnos satisfechos de que el alto tribunal ponga las cosas en su sitio. Si hay 14 artículos inconstitucionales y 27 que el tribunal decide reinterpretar, es materia suficiente para darnos cuenta de la necesidad de que el Estatuto pasara por el filtro del Constitucional.

A mi juicio, es necesario hacer una lectura reposada del fallo del tribunal y, sobre todo, de la reinterpretación de algunos de los artículos del Estatuto para poder dar una opinión más precisa sobre el resultado. Más allá de las alegrías del Gobierno y del intento del PP de sacar pecho diciendo que no han sido tan derrotados como parece, también sorprende la reacción del presidente de la Generalitat, José Montilla, y de los dirigentes del nacionalismo catalán.

Montilla ha dicho que está contento porque el tribunal ha avalado la mayor parte del Estatuto, pero que va a organizar una «respuesta» política porque, según él, Cataluña no puede encajar los artículos declarados inconstitucionales. Montilla habla del «pueblo» catalán y el resto de los líderes nacionalistas catalanes se muestran indignados porque tampoco están dispuestos a aceptar el fallo del Constitucional. ¡Vaya demócratas! Sólo están preparados para que les den la razón, para aceptar lo que les viene bien y están dispuestos a montar el número sin ninguna vergüenza cuando les contrarían. De manera que con los nacionalistas catalanes sólo hay una manera de entenderse, que es dándoles la razón, porque no atienden a más razones que las suyas.

Puede que a muchos les parezca que el fallo del Tribunal Constitucional se ha quedado corto, que son muchos más los artículos inconstitucionales, pero nadie ha salido a decir que va a organizar una manifestación en contra, ni que no acepta lo dictaminado por el alto tribunal. Ésa es la diferencia entre quienes aceptan las reglas del sistema democrático y quienes sólo las aceptan cuando les conviene.

Dirán que hay que entenderlo en clave electoral, que las elecciones catalanas están a la vuelta de la esquina y que, por tanto, los partidos catalanes tienen que hacerse los ofendidos para quedar bien con el electorado, pero yo me pregunto, ¿qué electorado? ¿De verdad tienen en tan poca estima y consideración a los ciudadanos catalanes? ¿De verdad creen que los ciudadanos catalanes se sienten ofendidos por el fallo sobre el Estatuto? Si yo no recuerdo mal, el resultado del referéndum sobre el Estatuto fue un auténtico fiasco, porque los ciudadanos catalanes pasaron de ir a votarlo. Eso es lo que pasa cuando unos cuantos políticos quieren imponer sus ideas al margen de la realidad.

Ya digo que es necesario leerse a fondo el fallo del Constitucional y, sobre todo, la reinterpretación de algunos de los artículos del Estatuto, mientras, ¡ojalá!, nuestros políticos sean capaces de estar a la altura de los ciudadanos. Es decir, de aceptar el fallo del Constitucional y ponerse a trabajar para corregir lo que el tribunal dice que hay que corregir. Ni más ni menos. Claro que a lo mejor es mucho pedir.