Y zas! Ya van cuatro Zonas Acústicamente Saturadas. Otra vez se intenta apagar la alarma de la desesperación producida por un insoportable ruido que, conforme se pretende silenciar, se empieza a escuchar en otros barrios de Valencia, consecuencia de una aciaga gestión ambiental.

Así pues, con la reciente declaración de área ZAS del Carmen, se vuelve a las recurrentes y reclamadas medidas normativizadas, prohibitivas y poco imaginativas (ni educadoras), consiguiendo una ciudad infantilizada con horarios y limitaciones.

El corazón de esta ciudad es reflejo sintomático de la decadencia de la misma, cada vez más aburrida y ensimismada, intentando derrotar el estado de ánimo de la ciudadanía. Es la consecuencia de potenciar un turismo, en general vulgar, que busca playa y fiesta, en lugar de admirar nuestra cultura y patrimonio.

Hemos asistido a un debate veraniego sobre las terrazas y el ruido que las mismas generan. En mi opinión se esquiva la raíz de la cuestión, echando la culpa a los bares, cuando sin embargo es el incívico comportamiento de las personas, al que nos estamos acostumbrando y no sólo con el ruido (véase meadas, coches, etc.). Precisamente, las excepciones indicadas en la normativa ZAS (me refiero a las fiestas de Fallas, San Juan, Nochevieja), son las que crean costumbre y hábitos de inconfidencia, las que han generado en Valencia una rutina de excesos sin descanso.

Según la encuesta realizada por la página web ruidos.org, la principal queja por el ruido en la ciudad es la del ocasionado por nuestros propios vecinos. En segundo lugar las motocicletas y ya en tercer lugar, el generado por el ocio nocturno. La lista se amplifica en decibelios durante el día con las obras, el tráfico motorizado y la recogida de basuras. El ruido se extiende en las ciudades poco cuidadas y por tanto, poco respetadas que, aunque se limpien día y noche siguen sucias. El nuestro es un centro donde los contenedores son más altos que las personas, los camiones de recogida se meten literalmente en los balcones, las máquinas de limpieza generan el mayor estruendo posible, y además todo este intento de limpiar es demasiado visible y escandaloso.

Nos preocupamos por El Carme, porque nos gusta Ciutat Vella, con ese encanto particular de lo inacabado, del collage; porque es variopinta, diversa y no está museizada a diferencia de otros centros históricos momificados. Por su personalidad, esta Ciutat Vella debería ser el modelo de innovación, de imaginación y riesgo.

Se dice que un problema existe si tiene solución. El ruido no es el problema, es la consecuencia. El ruido no tiene solución, pero Ciutat Vella sí la tiene. Por ejemplo: premiando el silencio y la convivencia; incentivando con descuentos en la hostelería a aquellos que no utilicen el coche para invadir el centro; realizando con insistencia campañas de concienciación ambiental (atractivas); incidiendo en la calidad, distri- bución y auditoría de las licencias; limitando la excesiva privatización (las terrazas son pri- vadas y tienen derecho de admisión) del poco espacio público que tiene Ciutat Vella; regulando mecanismos de autogestión vecinal y autoespacio público para reanimar los solares; creando una comisión de participación ciudadana donde se produzcan encuentros continuos y directos entre vecinos, comerciantes, hosteleros, policía y políticos (incluida la oposición); promocionando actividades culturales y de ocio respetuosas y modélicas para turistas y ciudadanos; arbolando plazas y calles; enterrando los contenedores y limpiar sin molestias; fomentando el alquiler y la rehabilitación inmediata; dando uso y vida diaria a los locales gestionados por AUMSA y el IVVSA; previniendo mediante una ordenanza más creativa y acorde con el barrio; y por último, que sería lo primero, elaborando un Plan de Acción Ambiental (A21L) en Ciutat Vella, declarando sus barrios como Zonas de Activación Sostenible.

En cuanto al ruido, ¡reutilicémoslo!, es decir, transformémoslo en diálogo, en escuchar las necesidades de los ciudadanos. No es banal, es una metáfora de esta ciudad más sorda que vella en la que los vecinos van en un sentido y el Ayuntamiento va en otro. Se puede enmascarar el ruido con otras ofertas distintas al ocio, es decir, con educación, con cultura y con el cuidado de lo urbano.

De nosotros también depende si esto continúa ZAS a ZAS (¿Ruzafa?, ¿Benimaclet?) o tal vez Valencia empiece a dejar su conflicto maniqueísta con el ruido y se convierta en una ciudad libre de ruido por méritos propios y sin prohibiciones.

Posdata: Los fines de semana, pasada la medianoche, en la plaza del Tossal, se puede vivir el caos, el ridículo y la absurdidad provocados por cuatro coches de policía mal aparcados en isletas, vados, solares y aceras. ¿Por qué?, ¿para qué?, ¿es ese el modelo a seguir?, ¿o es el reflejo de la incapacidad para dar soluciones válidas?