Estamos en la actualidad preocupados por saber cómo va a ser nuestro clima futuro, por descifrar cuánto calor vamos a pasar a final de siglo, por indagar si va a llover más o menos y, paradójicamente, hay aspectos del comportamiento de nuestra atmósfera que todavía desconocemos. Son aspectos que se han hecho tan cotidianos que nadie se atrevería a cuestionarlos. Por ejemplo, nadie duda de la existencia de los huracanes; y realmente no se conocen bien sus mecanismos de desarrollo. O de la llamada «gota fría», de efectos terribles allá donde afecta, pero para la que no se puede precisar, aún hoy, dónde y cuándo van a ocurrir. O de los tornados; ¿por qué unas nubes de tormenta desarrollan tornados y otras no? y ¿por qué unas nubes generan más tornados que otras?... Aunque parezca extraño, en el fondo estamos hablando de una misma cuestión: la complejidad del conocimiento de las nubes enérgicas, de las grandes nubes, de las nubes convectivas, que denominados «nubes de desarrollo vertical». Y en ellas, de la dificultad de conocer la propia formación de gotas de agua o cristales de hielo que permitirán, si se dan las circunstancias idóneas, descargar precipitaciones. Dicho de otro modo, el ser humano después de décadas de investigación climática todavía no ha logrado descifrar por qué y cómo llueve. La lluvia sigue siendo un elemento casi mágico para la ciencia climática.

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