Estuvo afortunado el colega periodístico cuando escribía estos días que sólo faltaba la alfombra roja. Efectivamente, asistir al inicio del juicio de la denominada Operación Malaya inducía a la confusión. ¿Hay tanta diferencia con el paseíllo de los artistas en cualquiera de los festivales de cine del mundo o con la entrada a una de las fiestas de glamour de cualquiera de nuestras ciudades? Sólo faltaba el photo-call con las marcas patrocinadoras y no quiero dar ideas porque en este caso el único sponsor de la «fiesta» es una ciudad robada y atracada impunemente durante muchos años: Marbella.

La justicia es lenta pero inexorable y todo llega. Contemplar el banquillo de los 95 acusados lleva unos segundos, pero escrutar a varios de los que están sentados allí —políticos, empresarios, cargos intermedios, intermediarios e intermediarias conocidísimas— puede llevar mucho tiempo y sólo el convencimiento de que se hará justicia en este sumario y en los de las denominadas piezas separadas que afectan, entre otros, a la cantante Isabel Pantoja, nos puede calmar. Los expertos hablan de al menos un año de duración del juicio, pero a mí me interesa más el punto y aparte que se puede y debe producir al final del mismo cuando, depuradas las responsabilidades, los acusados salgan con sus condenas o absoluciones.

Hasta los niños saben que en Marbella se ha producido un saqueo de las arcas municipales por valor de millones de euros. Que esto se llevó a cabo durante muchos años y bajo distintos mandatos de alcaldes —desde Jesús Gil, que llegó como salvador, hasta sus discípulos Julián Muñoz, Mayte Zaldívar, Isabel García Marcos, Marisol Yagüe— pero lo que los niños no saben es que escuelas que se tenían que haber construido fueron sustituidas por bloques de viviendas, que centros sanitarios fueron cambiados por apartamentos y centros comerciales, que zonas verdes se convirtieron en discotecas y hoteles, que... Un puro disparate con responsabilidades que están en vías de depurarse.

Pensar que hay entre veinte y treinta mil viviendas ilegales en una ciudad como Marbella pone los pelos de punta. Comprobar que ciudadanos que se habían instalado en esa maravillosa ciudad comprando un pequeño apartamento de verano pasaron de un año a otro de tener unas vistas maravillosas a comprobar cómo un hotel de muchas estrellas les impedía cualquier vista placentera del mar o la montaña, resulta un atropello. Políticos sin escrúpulos, empresarios de pura especulación, funcionarios que miraban para otro lado, responsables de la Junta de Andalucía que reaccionaron tarde y mal. Métanlos en una coctelera y surge eso: atraco, expolio, robo a cara descubierta.

No, no se van a derribar viviendas ni construcciones ilegales. Se ha optado por una solución pragmática de la mano del nuevo ayuntamiento —el nuevo Plan General de Ordenación Urbana— y de una alcaldesa, María Angeles Muñoz, que está luchando por volver a la Marbella que nunca debió dejar de ser: un enclave privilegiado en una Costa del Sol ansiada por millones de ciudadanos europeos y del mundo que ansían venir a descansar a ese rincón. Para ello, el Ayuntamiento reclama el dinero que se llevaron de los fondos municipales, e intenta recibir compensaciones de quienes perpetraron el saqueo. Pequeño detalle ese del dinero pero que constituirá el necesario punto y aparte que Marbella, espejo de una cultura del pelotazo que parece haberse terminado, necesita para revivir de sus cenizas y hacer borrón y cuenta nueva.