En torno al problema de las pensiones se dan un par de engaños que dificultan su comprensión y facilitan el abordaje demagógico. El primero es de apariencia. El mecanismo que relaciona la pensión de cada uno con lo que ha cotizado induce a creer que nos van a devolver mañana las aportaciones de hoy, y no es así. Quienes cotizamos hoy pagamos a los pensionistas del presente, y las pensiones futuras las pagarán los cotizantes de mañana. Los gobiernos están asustados porque cada vez hay más ancianos y menos jóvenes; además, los primeros viven cada vez más años y los segundos empiezan a trabajar cada vez más tarde. Por ello, prevén que mañana los cotizantes no llegarán para pagar a los pensionistas, y lo que se les ocurre es reducir la factura, retrasando la jubilación y variando a la baja el sistema de cálculo, para que cobremos menos durante menos tiempo.

Este enfoque se basa en el segundo engaño, aquel que pretende resolver el problema de las pensiones sólo con el manejo de las cotizaciones, cuando el corazón del asunto es el cambio de proporción entre sostenedores y sostenidos. Si se mantiene la tendencia, no será lejano el día en que ninguna reforma aritmética sea capaz de salvar el mecanismo. No podemos pasar impunemente de una casa donde trabajan todos menos el abuelo mayor, a otra donde un solo trabajador mantiene a sus dos hijos universitarios, a sus padres, que gozan de buena salud, y a un par de abuelos artríticos.

Porque, además, esta desproporción no va a afectar tan sólo a las pensiones, sino al conjunto del gasto público. Piensen en la sanidad universal, cuyo alimento son los impuestos de los contribuyentes (colectivo que suele coincidir con los cotizantes), y cuyos costes de disparan a medida que aumenta la esperanza de vida. ¿Con qué aritmética vamos a reducir sus prestaciones? Y tras todo ello, ¿va a quedar dinero para mandar a todo el mundo a las universidades públicas?

En realidad, hablamos de repartir la riqueza existente en cada momento dado; lo demás, los fondos de reserva, los planes privados de pensiones, son elementos accesorios. Y como no se puede repartir lo que no existe, el asunto se reduce a generar la riqueza necesaria, o a ser todos más pobres.

El cotizante solitario del ejemplo puso a sus hijos a trabajar, y los padres con buena salud montaron un jardín de infancia. Lo llamaron «El abuelo consentidor». Entonces, y sólo entonces, los ancianos artríticos pudieron ir al balneario.