Pío García Escudero no le importaría morir como un toro de lidia, es más, lo preferiría. Quizá lo diga para presumir de macho sin darse cuenta de que al mismo tiempo alardea de tonto. Hombre, hombre, el toro de lidia es muy fuerte, en efecto, incluso muy varonil, si ese es su ideal de hombre, pero no tiene muchas luces. Le ponen las banderillas por acudir al señuelo, lo pican por equivocarse de enemigo, lo torean porque entra al trapo sin darse cuenta de que el trapo no es, en efecto, más que un trapo, y lo matan porque no aprende, o sea, porque se pasa toda la corrida tropezando en la misma piedra. El toro de lidia tiene, en fin, mucha testosterona pero anda el pobre escaso neuronas. Ningún intelectual que se precie se identificaría con ese cuadrúpedo tan bello y zaino (¿qué rayos significará zaino?).

Como no tenemos ni idea de lo que quiere decir zaino, ignoramos también si es esa cualidad del toro de lidia la que tanto gusta a García Escudero. En todo caso, los contribuyentes preferiríamos que nuestros políticos eligieran modelos para vivir y para morir en los que las neuronas tuvieran más importancia que la testosterona. A este país le ha hecho mucho daño esa hormona. Fue la responsable de una guerra civil y de una dictadura de 40 años a lo largo de los cuales sólo se utilizaron para gobernar los atributos masculinos. Es cierto que algunos ministros de Franco los tenían tan grandes como un toro de lidia, pero habría sido mucho más rentable, y más humano también, que gobernaran con el cerebro. No era fácil pedir cerebro a aquellos pobres ministros y directores generales, pero ese habría sido nuestro deseo.

En la discusión acerca de la llamada Fiesta Nacional (manda huevos, con perdón) se están cometiendo muchos excesos, muchos. Lo que no imaginábamos era que la dicotomía tradición versus modernidad fuera sustituida por la pareja testosterona versus encéfalo. Gracias al encéfalo, que es la parte más noble del cerebro, hemos sublimado históricamente el empuje, con frecuencia brutal, de la testosterona. Estaría bien que continuáramos por ese camino que nos diferencia de las bestias. De ahí que nos sonara tan mal la intervención de don Pío.