Los mordiscos de hiena del enésimo fratricidio en el PP de Asturias están sustentados en una suposición dudosa: la de que un retirado de la política, Francisco Álvarez-Cascos, quiere ser candidato a la presidencia del Principado. Sin poseer una sola certeza, canta el coro una melodía orquestada con milimétrica precisión. Dicen que dijo que diría. Dijeron que dice que dirá. Hasta Aznar presta su voz para un dueto. El rasgo más característico de los Álvarez-Cascos es volver al terruño. El abuelo, Fernando Álvarez Cascos y Álvarez Cascos, describió esa vieja pulsión del linaje familiar: "Somos unos enamora-dos de Asturias, en tales términos que hubiésemos sacrificado todo cuanto valiésemos al egoísmo, al placer de vivir en ese rincón en que hemos nacido. Todos hemos viajado bastante, pero siempre pensando en recalar a ese pedazo de tierra". La cita la incluyó el propio ex ministro en uno de sus libros. ¿Qué hay de indigno, pues, para un Cascos en confesar que aspira a regresar a Asturias? Puede que sus desdenes fueran groseros e inabarcable la lista de damnificados, pero si hace meses formula ese deseo, en público o al partido, su candidatura habría resultado imparable. Muñe en la sombra la mancha de aceite y huye de cara de cualquier compromiso. Hay que afinar en la hermenéutica, en el arte de interpretar los gestos y las palabras sagradas, para entender este silencio. Aconsejó Don Quijote a Sancho camino de su ínsula: "Has de poner los ojos en quién eres, procurando conocerte a ti mismo. Del conocerte saldrá el no hincharte, como la rana que quiso igualarse con el buey. Préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio". De esto padece mucho el ex ministro (de inspirarse en Cervantes, o sea). Algunos tiran de manual psicológico para dar con la razón oculta de tanto misterio. Quien lo hace está admitiendo que el orgullo, el narcisismo y la vanidad pueden a Cascos. Asturias sería sólo un juguete en manos de un infante caprichoso. Un teatro. Demasiado burdo para tomarlo en serio, impropio de un hombre de lealtad y capacidades. Otra posibilidad es que Cascos no verbaliza su ardor por su Barataria por carecer de coraje. Cuesta creerlo de alguien que al menor resquicio exponía el cuerpo a los golpes y alanceaba con maña y saña al adversario. Alguien que forjó estilo propio a derechazo rudo y guillotina suelta. Quizás entonces persiga una limpieza preventiva. Despejar el camino de parásitos para allanar el aterrizaje. Los que comparten esta teoría le toman por lerdo. Es como mutilarse un pie antes de la carrera. En la línea de salida, la elemental prudencia aconseja que para ganar hay que competir con todos los miembros intactos. Tiempo habrá de hacer la pedicura después de la meta. Llamarada de pirómano, rugir de motosierra, barahúnda de "picopaleadores". El mensaje que deja transmitir a la barra brava de los casquistas, cuña de la misma madera a la que ahora improperan, es que el PP asturiano está lleno de vagos, maleantes, inútiles, incompetentes y perdedores. La ciudadanía independiente y pensante asiste pasmada al espectáculo. Cómo votar a cuadrilla semejante, de la que hasta sus militantes reniegan con conocimiento de causa, cómo puede maniobrar el "entorno Cascos" para destruir el partido con el que piensa gobernar Asturias. Escribió Albert Einstein que la locura es repetir una y otra vez lo mismo esperando resultados diferentes. Si Cascos no es un prepotente, ni un temerario, ni un demente, ni un atolondrado que tira piedras en medio del aguacero contra su propio tejado, ¿qué trama el furtivo Cascos? Ya no va a colar el abrazo del oso. ¿Por qué de nuevo en el horizonte la repetición de otra fractura? Porque no está claro, no parece seguro, que lo que ocurra en Asturias le interese. Rajoy tiene un problema. Éste es el PP de los milagros. Abunda tanto hecho sobrenatural que el dicasterio de canonizaciones debe aprestarse a intervenir para santificar súbito al beato causante de tantas conversiones. Hay entusiastas que aplaudieron el "gran dedazo" reverenciando estos días las primarias más primarias. Títeres que presumen de criterio propio, veletas que se las dan de coherentes y personajes hipnotizados por el mesianismo que exigen votaciones, como si ambas cosas, la adhe-sión ciega e indubitable al líder y la democracia, fueran tan ricamente compatibles. Por lo demás, lo de siempre. Nada de qué sorprenderse. Esta derecha es caníbal. Sólo sobrevive devorando al compañero de bancada. Así ha sido, así será. Y ellos felices e indigestos. ¿Qué hay de indigno para Cascos en confesar que aspira a regresar a Asturias?