Antes del verano el poscapitalismo español no era postsocialdemócrata pero José Luis Rodríguez Zapatero viajó a Bruselas para defender la solvencia y fortaleza de la economía española frente a los «rumores especulativos e interesados» del mercado y abusaron de él o algo pasó porque a su regreso estaba muy cambiado. Para la noche de San Juan había hecho una hoguera con los muebles del taller y de la oficina y se lanzaba a la reforma laboral.

Ante una pregunta sobre la lejana decisión de si Zapatero debía presentarse a otra reelección, el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, aconsejó que, si tenía dudas, no lo hiciera, que a eso hay que ir seguro. José María Barreda, desde Castilla-La Mancha, se sumó.

En la semana preGómez todavía vivíamos en el zapaterismo menguante poshuelguístico pero ahora se ha diagnosticado que estamos en el poszapaterismo. El malestar acaba saliendo por cualquier parte. La derrota en las primarias de Trinidad Jiménez, candidata del presidente para disputar por el PSOE las autonómicas de Madrid, es una fiebre con pocos síntomas más —una frase de un sereno Alfonso Guerra, las declaraciones retiradas del estresado Barreda— inmediatamente enmascarados por una lavativa de lingüistas de género de guardia con rango ministerial y una inyección de unidad. A ver si con una semana en cama esto se pasa.

Zapatero, que sí ha sabido ver esta crisis a tiempo, da una contestación febril que no contiene respuesta: «Mi candidatura electoral será una decisión muy personal».

El poszapaterismo probablemente empezó cuando se sosegaron los mercados pero queda lejos 2012. Y pese a lo dicho por la portavoz parlamentaria popular Soraya Sáenz de Santamaría («el poszapaterismo es Mariano Rajoy») hasta ahora sólo Belén Esteban se ha movilizado asegurando que votará al líder del PP.