Lema del anuncio de un nuevo modelo de coche: «La mejor manera de dejar de ser transparente». Quiere decir: de que le miren a uno, o sea, de hacerse notar. La odiosa transparencia sería, pues, la condición de pasar inadvertida que tiene mucha gente, una suerte de invisibilidad. En tapar la transparencia, vistiendo al individuo de lo que quiere parecer, ha estado siempre la industria, ya sea la textil en la edad media y moderna, ya la de automoción en la contemporánea. Lo no transparente es opaco: vestir es ocultar, cerrar el paso a la mirada sobre la intimidad de uno. En una entrevista, Jacob Weisberg, que preside la web iconoclasta Slate, mostraba su temor a que la nueva sociedad comunicacional nos vuelva demasiado transparentes, ahora en el sentido de carentes de secretos y privacidad. O sea: queremos que nos miren, pero sin que vean lo que hay dentro. Queremos ser como Dios.