Ha bastado que el man-chego Barreda diga que las perspectivas electorales para el PSOE son funestas, en especial si Zapatero mantiene su política y la incógnita acerca de su futura presentación, para que haya sido objeto de un auto de fe, seguido de la penitencia y el escarmiento del pecador y del acto devocional de adhesión al líder. Así nos las gastamos en España, señora. Y eso que se trata de la izquierda (posible). La derecha sigue instalada en el partido único y en esto es realmente única, no pasa ni siquiera en Portugal o Italia, por citar a la familia.

Los partidos son infames escuelas de obediencia y privilegio y aunque peores que la media ciudadana, seguramente no pueden ser mejores porque nosotros tampoco sabemos cómo conseguirlo. De momento, convendría que los socialistas fueran un poco menos beatos, no les va, y que no se dejaran llevar por los nervios, queda mucho partido y, a fin de cuentas, es posible (y si es así irremediable) que el electorado haya decidido convertir a Zapatero en el chivo expiatorio de la crisis (en cualquier caso, no es ajeno al batacazo, aunque no sea, en verdad, ni su único ni su principal responsable). En momentos como éste conviene recordar que fue elegido por dos veces en consulta libre y supuestamente adulta. Cada palo aguante su vela. El único que limitó voluntariamente sus mandatos fue Aznar, pero lo hizo tan rematadamente mal que nombró a dedo a su sucesor, le hizo ascos a la discreta condición civil y tras presentarse en su nuevo avatar como el Rencoroso de Georgetown, nos dio la brasa como palanganero de Rupert Murdoch. No lograba desasirse de la condición áulica ni con disolvente: la perfecta ladilla.

Así que, con mucho sosiego y sin empujar al de León, los socialistas —que son muchos más que el PSOE — podrían profundizar la interesante dinámica de las primarias (también con simpatizantes inscritos), un proceso que puede alumbrar socialistas como Manolo Mata o Ángel Luna, llenos de ideas y empuje. Por cierto, ¿qué hace Andrés Perelló en Bruselas?

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