Los políticos, al menos los españoles, viven de decir maldades los unos de los otros. La mayor parte de las veces, de grueso trazo y sin el menor asomo de buen gusto. En este sentido, sentó cátedra aquel diputado extremeño del PP que luego se hizo notario por un procedimiento especial que excluía las oposiciones como vía de entrada normal al gremio. Oír cosas divertidas, o de graciosa malevolencia, en política, no es frecuente, pero no deja de haber quien practica ese arte con ingenio. Uno de esos intérpretes fue el socialista señor Guerra. El diputado sevillano, que llegó a ser el alter ego de Felipe González al frente del PSOE, dejó para la historia del parlamentarismo algunas descripciones famosas. Al entonces presidente Suárez, por ejemplo, le llamó «tahúr del Misisipi». Algunos interpretaron que le llamaba tramposo, pero el señor Guerra aclaró que lo había dicho para alabar críticamente su habilidad para sacarse un as de la manga en las negociaciones de aquellos primeros tiempos de consolidación democrática y que, en ningún caso, la expresión tenía una intención despectiva. Después, describió a su paisana Soledad Becerril, que fue ministra de Cultura de la UCD, como «Carlos II el Hechizado vestido por Mariquita Pérez». Todas las caricaturas son exageradas y ésta indudablemente lo es, pero nadie puede negarle una graciosa eficacia al dibujo. El mentón característico de los Austrias era especialmente pronunciado en el último rey de la dinastía y doña Soledad era, en aquel tiempo, una buena moza con una barbilla afilada, pero en ningún caso una persona fea.

Al señor Guerra, que fue cómico aficionado en su juventud, le gustaba trasladar a la política las habilidades del teatro y el público le pedía en los mítines que le diera caña dialéctica al adversario. Y no sólo al adversario, porque, en ocasiones, la víctima de sus bromas fue algún destacado miembro de su partido. Como en el caso del presidente Rodríguez Zapatero, a quien bautizó en un mitin como «Bambi», aquel cervatillo de Walt Disney que fue el héroe de una famosa película de dibujos para niños. El parecido entre el Zapatero de la primera época y «Bambi» es realmente notable y hay que felicitar al autor de la comparación.

No obstante, Guerra no sale siempre bien librado de sus chanzas. Hace unos días, al referirse a las elecciones primarias de Madrid le llamó «señorita Trini» a la candidata derrotada y se armó una buena bronca. Las ministras del Gobierno calificaron el tratamiento de machista y hasta conspicuos machistas de la derecha le llamaron machista a Guerra. No es para tanto. En muchas zonas de España, y ya no digamos en Sevilla, se le sigue llamando coloquialmente «señoritas» a las mujeres solteras. El término va cayendo en desuso, pero aún tiene aceptación. En la época de la dictadura, un famoso locutor chileno Bobby Deglané le preguntaba a las concursantes: «¿Señora o señorita?». Y si le contestaban que lo segundo, entonces decía zalamero «porque usted quiere».

El juego de las comparaciones en política es siempre peligroso. Estos mismos días, un senador del PP gran aficionado a la Fiesta Nacional dijo que, de poder escoger, le gustaría morir en la plaza como un toro. Es decir, desencajonado, lanceado, picado, banderilleado, muleteado, muerto a estoque, apuntillado y arrastrado por las mulillas hacia la sala de despiece. Es un gusto extraño para un católico que se opone a la eutanasia, pero en fin. Hay que respetar todas las excentricidades.