Nadie duda a estas horas de la componenda, que Telecinco es una experta en gestionar mierdas de la misma calaña. La otra noche montó un chiringuito con los desechos más o menos conocidos de Gran Hermano, y para semejante truño paseó a Mercedes Milá, la vacua lideresa de la carreta, por los programas más punteros, esos de tecnología más refinada en manipulación de detritus, pero la función para calentar a la clientela ante el gran día de mañana, que se estrena la 12 temporada, arrojó indicios de cansancio. Nada. Remontará. Tal vez en esta edición quien siga ese aburrido programa asista a guarrerías jamás vistas, a disputas teledirigidas, quizá a crímenes horrendos para estimular a la audiencia. Teatro. Payasadas. Movimientos calculados con precisión quirúrgica desde los despachos, a los que apenas llega el hedor que desde allí generan.

Veamos. ¿Se han dado cuenta de que Belén Esteban ha desaparecido? Sí, la vemos, pero enlatada, la única forma de que la carne podrida, el pescado al sol, no hieda hasta tumbarnos. La sacan en colas de vídeo antiguo, pero ni una imagen real desde que el mundo supiera que su marido, el camarero Fran Álvarez, le pusiera los cuernos. Una semana larga sin Belén Esteban en el estudio de Sálvame no es casual. Entiendo que la señora esté con el azúcar disparado, que la tensión le haya dado un susto, que el médico y el siquiatra le hayan aconsejado un poquito de paz, lo entiendo, pero en los despachos de la cadena no hay asadura que se desperdicie, no hay cagarruta que se desaproveche. Es más, retener la porquería para desearla más es el objetivo. De ahí la controlada desaparición de Belén. Hasta anoche en Sálvame de luxe, donde explotó la mierda.