La hija pequeña de una amiga es capaz de estar conectada a la red social Twitter mientras habla por teléfono, consulta en internet y estudia. No saca malas notas, aunque podría mejorar. Hoy mismo me he sorprendido gratamente en el intento de localizar —¡a la primera!— un artículo en Google que después he sido capaz de enviar a un amigo directamente a su correo electrónico, yo, que vengo del trillo de sílex. Quizás estemos capacitados para la conexión múltiple más de lo que suponen las religiones monoteístas o las pedagogías unidireccionales. Quizás.

Tampoco tengo claro la ventaja de la cantidad y la diversidad si no va acompañada de discernimiento. Las personas no somos cables ópticos para medir nuestra eficiencia en términos de volumen de tráfico de datos y aunque sin duda tiene su importancia saber por qué Zidane le dio un cabezazo al macarra de Materazzi, creo que es una información de rango sensiblemente inferior al teorema de Pitágoras. Creo.

Por otro lado, los imperios ya han encontrado el modo de patrullar — con malas intenciones— el salvaje oeste de libertad que prometía internet. Los déspotas de Pekín han conseguido silenciar en buena medida el Nobel de la Paz a Liu Xiaobo y la web que recogía dinero para Wikileaks ha sido bloqueada por orden de los gobiernos de USA y Australia, a quienes no les hace gracia que se conozcan nuestras criminales patochadas en Afganistán.

Aún así, no puedo negar que la red transmite una cierta sensación de instantaneidad y cosmopolitismo muy agradable, especialmente en un país lleno de casticismos con el bigote casposo. Así que tengo mis favoritos: Menéame para las noticias interesantes con tendencia a ser marginadas, Ignacio Escolar y Maruja Torres por su buen estilo y combatividad, el Ausente para pelis de monstruos, Verema para información sobre restaurantes, el blog siempre bien escrito de Jordi Davó y las ediciones digitales de unos veinte periódicos en las seis lenguas que puedo leer. Es mucho material pero organizarlo siempre exigirá orden, selección y jerarquía.