Francia ha sido el gran laboratorio político del mundo moderno, y no deberíamos echar en saco roto lo que allí ocurra. Los estudiantes franceses se unen a las movilizaciones con un lema-argumento: con el retraso de la jubilación habrá menos empleo para los jóvenes. No han olvidado, al parecer, que el propósito de la reducción de la jornada laboral era repartir el trabajo disponible o, de otro modo, repartir el ocio generado por la innovación tecnológica, o sea, la menor necesidad de tiempo de trabajo para producir las mismas cosas. Eso es política pura: voluntad de intervenir en la regulación de la vida y de la economía, en lugar de dejar toda la eficacia regulatoria al mercado. Muchos dirán que por ese camino Francia se hundiría en el paro y la decadencia, al perder competitividad. Pero si para competir con China tenemos que trabajar como chinos, ya me dirán qué progreso es ése.