Zapatero dio ayer uno de los golpes de efecto a los que nos tiene acostumbrados y donde iba a ser sólo el cambio del ministro de Trabajo se desencadenó una remodelación en profundidad del Gobierno. El Ejecutivo que hoy empezará a funcionar adquiere un peso político de envergadura, del que carecía hasta ahora. Para eso, el presidente no ha dudado en recurrir a los pesos pesados de la vieja guardia del partido, como son Rubalcaba y Jáuregui, que indirectamente vienen a refrendar el fracaso por la apuesta por determinados jóvenes valores del socialismo regeneracionista que tanto le gusta. Al final, para intentar salvar los muebles en el tramo final de la legislatura, nada mejor que recurrir a valores solventes y de eficacia probada.

Las propias palabras del presidente vienen a reconocer uno de los principales lastres de su equipo: la incapacidad de comunicar y transmitir la acción de gobierno. Con el golpe de timón dado ayer —fundamentalmente en el área política, puesto que en la económica se mantiene su máxima responsable avalada por el respaldo internacional a su plan de ajuste— Zapatero da además síntomas de ser capaz de reinventarse y tomar impulso cuando todas las apuestas daban por finiquitada la actual etapa socialista. El portavoz de CiU en el Congreso, Duran Lleida, lo advertía ayer: a partir de ahora parece que aún queda partido. Y eso obligará, de rebote, a Rajoy a mover ficha: su táctica de esperar plácidamente a dejar caer la fruta madura puede verse trastocada tras la ofensiva que se intuye por parte del Gobierno.