Nuestro país ya ha dado el salto de una universidad de posguerra, vaciada de intelectuales de izquierda y nutrida de fieles servidores al régimen, en la que el embargo internacional y la autarquía propiciaban un discurso mediocre del que sólo se salvaban honrosas excepciones, a un estándar de educación superior y de investigación que se mide de tú a tú con el resto de los países europeos. Nuestros estudiantes, cuando salen con el programa Erasmus a Francia, Inglaterra o Alemania, asombran a nuestros colegas de allí y regresan con la autoestima más alta y nuestro papel en las revistas internacionales ha pasado de excepción a presencia permanente.

Así las cosas, y aunque en educación superior e investigación no puede darse por conquistada ninguna cota y es precisa una actualización constante, la única asignatura que se me antoja aún tenemos pendiente las universidades españolas es el reto de la innovación, de la transformación del conocimiento científico en PIB y tenemos que convencer a nuestros colegas, y convencernos nosotros mismos, de que no es necesario publicar tan rápido los resultados de nuestra investigación y sí es tiempo de pensar en realizar patentes que pongan nuestro conocimiento al servicio de las empresas y de la sociedad en general. Ahora bien, no se trata sólo de patentar en lugar de publicar y en crear curricula de papel bien nutridos en este aspecto. Hay que hacerlo con mentalidad empresarial, pensando en las necesidades del mercado y discutiendo los resultados con las empresas y los emprendedores para pulsar, a través de ellos, las posibilidades de explotación de los ingenios.

La Oficina de Transferencia de los Resultados de la Investigación (OTRI) de la Universitat de València ha realizado un gran esfuerzo de apoyo a las patentes de los investigadores en los últimos años y estoy convencido de que el actual rector, Esteban Morcillo, y el vicerrector de investigación, Pedro Carrasco, harán posible la continuidad de este proyecto. Para que este empeño institucional proporcione resultados visibles es preciso el apoyo de los investigadores, y sería una buena práctica incluir en las propuestas económicas de los proyectos de investigación la organización de jornadas técnicas con empresas del sector que puedan estar interesadas en el tema para pasar de los dichos a los hechos, de la generación de conocimiento a la explotación del mismo.

No quiera ver nadie ánimo de lucro o mercantilización. Se trata, pura y simplemente, de devolver a la sociedad una parte de lo que ésta ha invertido en nosotros. Lástima que la mala cabeza del Gobierno actual haya lobotomizado al sistema científico español y que las universidades se vean separadas de los centros del CSIC además de obligadas a una doble dependencia, del Ministerio de Educación en asuntos de docencia y del de Ciencia e Innovación en cuestiones de investigación; lo que no deja de complicarnos la vida y de malgastar el dinero de los contribuyentes, creando, además, fricciones entre estructuras condenadas a entenderse y a colaborar. A pesar de todos los inconvenientes y de la ancestral falta de cultura empresarial de nuestras universidades e investigadores, el reto de la innovación es inaplazable y depende en gran medida de nosotros y del apoyo del Gobierno autonómico y de los consejos sociales de las universidades.