El Ágora es el canto del cisne de la política de grandes construcciones que ha convertido a la CV en la más endeuda de España. Un gigantesco edificio sin otro fin conocido que albergar la entrega de un trofeo, la copa del América, que ni siquiera requería de un recinto determinado para adjudicarse. Un antojo más propio de la XV Dinastía egipcia o de un emir del Golfo Pérsico que de una región española buena parte de cuyos escolares estudian en barracones. Un capricho, en suma, que no estábamos en condiciones de permitirnos cuando Francisco Camps resolvió erigirlo. Pero es que, además, va camino de convertirse en lo que los valencianos llamamos «les obres de la Seu».

Cuando no son los problemas de financiación, son los trabas del arquitecto. Esta última razón es la causa de la paralización que vuelve a experimentar la construcción del postrer y accidentado icono de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Santiago Calatrava considera necesario modificar 40 de las 169 lamas metálicas que deben recubrir el recinto alegando una fabricación defectuosa. Es el corolario —por ahora— a toda una serie de incidencias que han dificultado y prolongado en el tiempo estas obras. De hecho, el proyecto se adjudicó en 2006 con un plazo de ejecución de 12 meses; y cuatro años después, el Ágora aún está por concluir acumulando así un retraso de tres años, sin que a día de hoy pueda siquiera aventurarse una fecha definitiva de conclusión. El coste de la obra supera ya los 90 millones, más del doble de los 41,3 por los que se adjudicó, con serios problemas económicos para pagar a las constructoras.