En España nos gusta la «movida» atmosférica. Nos gusta que llueva, disfrutamos viendo nubes en el cielo e incluso sentimos el morbo de ver lo que pasa cuando ocurre una lluvia torrencial o un buen temporal de viento. Hace unos días Vicente Aupí nos recordaba, con su magistral rigor, la efeméride de la pantanada de Tous y hacía alusión a un dato de lluvia que con casi toda probabilidad se tuvo que registrar esos días en la cuenca media del Júcar (1.000 litros por metro cuadrado en 24 horas). Pues bien, en algún foro meteorológico se pueden ver estos días comentarios a favor de que se vuelva a producir una «gota fría de 1.000 litros» porque si es de menos cantidad de lluvia, ya no interesa... En fin, lo dicho, que nos gusta la «movida» meteorológica. Un buen ejemplo de esto son las propias denominaciones de los fenómenos o elementos atmosféricos, que asumimos como algo natural. Ocurre, por ejemplo, con el término «anticiclón», que por cierto está siendo protagonista persistente -¿inicio de un nuevo ciclo seco?- de estos días de otoño. Etimológicamente se puede definir como lo contrario a un «ciclón» (anti-), palabra de origen griego que procede del verbo ?????? y que significa «hacer girar» «moverse en círculo». Por tanto, cuando no hay movimiento, cuando hay calma, cuando hay estabilidad, hablamos de tiempo anticiclonico, de «buen tiempo» generado por un «anti-ciclón». En los países anglosajones, menos temperamentales atmosféricamente hablando, se refieren a «Altas» (high) y «Bajas» (low) para denominar a los sistemas de presión atmosférica. Aquí somos más apasionados… Lo que no se mueve, es «anti». ¡¡¡Cómo nos gusta la marcha!!!