La alcaldesa de Valencia volvió a dar ayer un ejemplo de lo que mejor sabe hacer: culpar de todo lo habido y por haber a otros —con preferencia por el Gobierno central como en este caso— y esconder su propia responsabilidad. Rita Barberá y el vicepresidente segundo del Consell, Gerardo Camps, reactivaron otro frente con el Ejecutivo a cuenta del futuro de la dársena interior del puerto de Valencia, que se encuentra abandonada a su suerte, sin uso, desde que terminó la Copa del América para la que fue transformada. Ambos anunciaron que disponían de un plan para reactivar esa zona, pero sin embargo a la hora de la verdad no detallaron su propuesta y se limitaron a arremeter contra la vicepresidenta segunda del Gobierno, Elena Salgado, a la que acusaron de bloquear cualquier salida.

Esta estrategia tan manida supone por parte de la máxima autoridad municipal escurrir el bulto: de ella depende poner encima de la mesa todo ese catálogo de propuestas que asegura tener, pero que nadie ha visto, y poner en marcha aquellas que estén en su mano. Entonces sí estará cargada de razones para criticar a quien considere conveniente. Porque a lo largo de estos años no ha tomado la iniciativa y ha dejado que la situación se estanque hasta convertirla en un arma arrojadiza más en su estrategia de oposición contra el Gobierno central. Y debería recordar que ha sido votada para gobernar y gestionar la ciudad, no para ejercer la oposición sujeta a los intereses partidistas antes que a la de sus administrados.