El ex presidente de la Generalitat, Eduardo Zaplana, dijo ayer sentir una «gran tristeza» por todo lo que acontece en la Comunitat Valenciana. «Ni identifico responsables, ni ahondo en las causas ni en las razones», añadió. Pues hace mal, porque un poco de autocrítica nunca viene mal. Fue precisamente durante su período al frente del gobierno autonómico cuando empezó a gestarse una forma de relaciones entre empresarios y políticos que iba más allá de la separación de los respectivos ámbitos que es de esperar en una sociedad democráticamente sana. Una época en la que cualquier discrepancia era castigada con la demonización más absoluta. Y de aquellos polvos han brotado estos lodos. Sólo han cambiado algunos protagonistas y han empeorado aún más los modos. «Para qué vamos a ser hipócritas», se preguntó el ex al referirse a sus actuales relaciones con Francisco Camps. Pues eso, ¿para qué vamos a serlo? Pero para todo.