No nos pueden dejar así. Esto es una notitia interrupta. No fastidia tanto como un coitus interruptus, pero casi. Que hagan el favor en la tele de seguirla hasta el final, a ver en qué acaba. Las noticias importantes no pueden dejarse caer como bombas, y luego no hacerle caso a la enorme onda expansiva que generan. Y si hace una semana los telediarios abrieron informando de la muerte del pulpo Paul, no se explica que pasen los días y no sepamos qué ocurrió después. Los espectadores no tenemos tres corazones y nueve cerebros como Paul, pero tenemos un corazoncito que sufre y un cerebro que no para de darle vueltas a las grandes incógnitas abiertas tras su muerte: ¿fue finalmente su cuerpo vendido al Museo del pulpo de O Carballiño por una pastón que parece más propio del Museo de la angula? ¿Fue incinerado y sus cenizas esparcidas para evitar que su tumba se convirtiera en lugar de peregrinación de los seguidores de Cuarto milenio? ¿Nombraron ya un Paul II formando una dinastía de pulpos adivinos tan surrealista (más es imposible) como la surrealista dinastía que gobierna en Corea del Norte? ¿Se ofreció Aramís Fuster a cubrir el vacío de poder taumatúrgico producido tras su muerte? ¿Fue asesinado por su enemigo, John el mejillón?

Y da igual que abrir los telediarios con esa noticia fuera una broma. Tampoco las bromas pueden dejarse a la mitad. Queremos saber cómo sigue la guasa. El Todo está lleno de dioses de Tales de Mileto, nos sitúa en la antesala del ateísmo porque si todo lo real es divino, los dioses no existen. Paul demostró que todos, hasta los pulpos, pueden ser adivinos. Y si todos somos tan especiales, los seres especiales -los adivinos- no existen. Alabado sea el dios Paul, el pulpo más cachondo del acuario Sea Life de Oberhausen.