No es ningún anuncio de prostitución al uso. Se trata de una pregunta bien pertinente: ¿qué es más patético en el episodio del novelista setentón jactándose de haberse acostado con dos lolitas japonesas? ¿La pendiente resbaladiza por lo que se ha precipitado el que fue primero comunista, luego ácrata y, por fin, tesoro para la caverna nacional que no para de aplaudirle? ¿La nostalgia por sus hazañas sexuales? ¿La calidad digamos literaria con la que narra el asunto?

Cierto es que el episodio del hoy presentador estrella de un programa que se proclama cultural en la televisión de doña Esperanza Aguirre ocurrió hace más de cuarenta años. Pero es el propio caballero protagonista quien ha tenido a bien, en charla novelada con Albert Boadella, sacarlo de la tumba de los recuerdos de antaño. La rijosería con la que se narra aquel hito de conquistador occidental en tierras japonesas, acostándose con dos crías que, juntas, no llegaban a su edad de entonces, pone de manifiesto que el intelectual orgánico lo recuerda muy bien. Como ahora cuenta con setenta y cinco años a sus espaldas, cabe imaginar que haya añadido algo de exageración nostálgica, cierto es, pero los detalles ginecológicos apuntan a que aquello en verdad sucedió. Y con tanta galanura como para contarlo ahora que, en palabras del protagonista de la hazaña, el delito ha prescrito.

Pero, ¡ay!, los delitos literarios no prescriben jamás, y los precedentes en la narración de las aventuras de alcoba obligaban al menos a poner un poco de oficio a la hora de añadir otra página. Oficio, se le supone al caballero: es autor de libros que anticiparon la actual fiebre por los esoterismos de raíz más o menos religiosa y anclados en tiempos inmemoriales; libros que fueron best-sellers en una época en la que ni siquiera se utilizaba la palabreja. Pero o bien la añoranza por erecciones antiguas le puede a la sintaxis, o el grifo de la literatura se cierra a la vez que el de las artes amorosas. Cosa que, habida cuenta del resultado, hay que agradecer.

Entre el Polanski perseguido por el imperio yanqui y el ligón de japonesas apenas adolescentes va un mundo. Pero la coincidencia de aventuras gozosas existe, así que cabe suponer que los palos que se llevó el cineasta caigan ahora en los lomos del autor del libro que la editorial Planeta ha sacado a la luz. Será todo un espectáculo no menos gozoso el de leer lo que digan en adelante los Ussías, los Jiménez Losantos, los Pradas, y sus valedores, los Roucos y las Aguirres, del desenfreno japonés de su ídolo literario. Más que nada porque, dejando al margen el Código Penal y la tabla de los diez mandamientos, el de acostarse con niñas de trece años es un episodio sobre el que cabe esperar que se manifiesten todos ellos. Salvo que el disimulo, emprendido ya por el autor de los recuerdos impropios, se contagie tanto como la legionella que azota de nuevo la capital del Reino y todo quede, al cabo, en un bodrio de libro proporcional al talante y al ingenio de su autor.