Según nos alumbra la Real Academia Española de la Lengua, escepticismo significa desconfianza, duda de la verdad o eficacia de algo y escéptico es aquel que no cree. Pues bien, tal como se están desarrollando las políticas sociales en la Comunitat Valenciana, no queda más remedio que hacer profesión de escepticismo y confesar públicamente la escasa confianza en el entramado legislativo y administrativo que le da soporte a nuestras políticas de bienestar. Durante mucho tiempo se ha estado denunciando la fragilidad de las prestaciones sociales y se ha reivindicado la necesidad de construir un sistema de protección social que fuera consistente y no estuviera al albur de las veleidades del gobernante de turno, de manera que se evitaran argumentos como, la insuficiencia presupuestaria o la falta de prioridad a la hora de atender una necesidad. Por ese motivo, algunos celebramos y consideramos un gran avance el reconocimiento del derecho subjetivo asociado a normas como la Renta Garantizada de Ciudadanía de la Comunitat Valenciana.

Pues bien, una vez más la realidad supera a la norma. Ahora que ya es de obligado cumplimiento, se produce un panorama surrealista en el que miles de personas demandantes de Renta Garantizada en la Comunitat Valenciana se encuentran en un limbo de no respuesta. Algo está fallando y de forma clamorosa; si alguien saca pecho a la hora de anunciar a bombo y platillo normas y presupuestos de un alto contenido social, debería tener la misma contundencia para anunciar públicamente el motivo por el cual no se hacen efectivas estas ayudas.

Desgraciadamente, el ejemplo anunciado no es el único que está ocurriendo en esta comunidad. Las denuncias acerca de la falta de despliegue de la Ley de la Dependencia, los incumplimientos constantes en materias de discapacidad, protección de menores, además del anuncio esperpéntico de poner a la venta La Cigüeña, referente de las políticas sociales de los últimos veinte años, nos sitúan frente a un escenario que no es ca-sual o coyuntural. Simplemente, el Consell ha dado un giro hacia otra forma de entender la atención a las necesidades de los valencianos: estamos frente a lo que podemos denominar el modelo Ikea de bienestar. Efectivamente, lo que está pensando el avispado lector, consiste en que cada uno se lo monte como pueda y el último que apague la luz. Además, también, en esta ocasión, hasta los portes los paga el propio usuario.