La detención de la atleta palentina Marta Domínguez y su posterior puesta en libertad con cargos por su implicación en una red de distribució de sustancias dopantes ha puesto bajo sospecha a todo el deporte español, que ya ha registrado en un pasado reciente otros casos sonados. La relativa tolerancia que en el pasado pareció mantenerse hacia el consumo de estimulantes entre los deportistas de élite pasó al olvido, y la decisión de las autoridades españolas de aplicar una «tolerancia cero», tal como ayer subrayó el secretario de Estado de Deportes, Jaime Lissavetzky, ha puesto en el disparadero a algunos de los nombres más destacados del atletismo o el ciclismo. La sola mención de los gloriosos nombres de atletas que están siendo citados a declarar provoca estupor. A la vuelta de unas semanas podríamos encontrarnos con que algunos de los mayores logros del deporte español se obtuvieron de forma artera. Sin embargo, ello no debe servir de freno, sino todo lo contrario, de acicate a esta investigación.

Alguna vez habrá que arrinconar definitivamente a esos personajes siniestros cuyos nombre aparecen en casi todos los casos de corrupción deportiva que se han destapado en este país. La conexión canaria —los hermanos Fuentes— que aflora invariablemente en todos estos tejemanejes debería cortarse para siempre. El mérito de las marcas y los éxitos que alcanzan los verdaderos deportistas no puede verse empañado por la villanía o la irrefrenable ambición de unos pocos.