Lo peor que le puede suceder a un partido a cinco meses de las elecciones, y con perspectivas de voto sombrías, es situarse en la trinchera. Es lo que testimonió el sábado el PSPV en su Comité Nacional, más allá de las propuestas programáticas de Alarte. Uno de los pilares de la política de trinchera consiste en metabolizar las teorías conspirativas, absorbiéndolas y desplegándolas al mismo tiempo. El PSPV se siente perseguido y persigue, por tanto, a los que osan criticarle. Como dijo Carmen Martínez: «aquí nada va quedar impune. No nos temblará la mano».

La gestión del episodio de Antoni Asunción ilumina esa manera de entender la política. En primer lugar, la suspensión del exministro la dictó Ferraz en la antesala del Comité Nacional: es el PSOE quien ha de dar cuenta del enrarecimiento de la asamblea socialista. En segundo lugar, los ataques de la dirección del PSPV contra Asunción alimentan su protagonismo —en lugar de hacer un esfuerzo por obviarle—, una estrategia de choque en la que exministro se siente a salvo. Y en tercer lugar, la virulencia de la embestida, preñada de intrigas y complots —Asunción buscaría acomodo en el PP—, conjuras y confabulaciones —un banco le habría salvado de la ruina para erosionar al PSPV— y denuncias inquisitoriales —reunirse con cargos del PP está penado, al parecer— fumiga las leyes de los hechos probados y rebasa las más elementales normas de la convivencia democrática. Los juicios apresurados son malos consejeros para un partido que aspira a formar gobierno. La responsabilidad de Blanquerías no es comparable a la de su «adversario», ni puede encajar las reprobaciones del exministro o las desavenencias en su seno con reacciones espasmódicas en las que sobrevuelan desquites y ajustes de cuentas. Al exministro le irá bien; al PSPV le van mal.

Tampoco la prensa oficial ayuda a Blanquerías a revisar esquemas, superar uniformidades y restaurar transigencias. Al contrario: la retroalimentación enquista más a Alarte. La prensa amiga —en su función acrítica y glorificadora—, en lugar de denunciar las insuficiencias a fin de ayudar al PSPV a desprenderse de ellas, persigue a los fantasmas que atenazarían el escaso ímpetu del PSPV a cinco meses de las elecciones. En un cuento de Tolstoi, el marido cree que hay que matar la música porque cuando su mujer interpreta al piano una obra acompañada de un violinista, se forma en el ambiente una atracción erótica. Acaba matando al violinista, claro. La autoridad y responsabilidad no es de los «otros» —familias del PSPV, Canal 9 y cuantos fantasmas acechen—, sino de la dirección del PSPV. Y ésta ha de conjurarse para eliminar estrategias, que, como en la peripecia de Asunción, la desacreditan y hunden. La política de trinchera, plagada de demoníacas conspiraciones, apenas es compatible con un partido democrático que ha de fomentar esperanzas en la ciudadanía para disputarle el trono al PP. Si el juego de espejos conduce a esa endogamia, rompan los espejos. Mayo está a la vuelta de la esquina.