Próximas ya las elecciones autonómicas y municipales, circulan encuestas interesadas orientadas a presentar como inexorable un nuevo triunfo del Partido Popular autoerigido en único valedor de difusos intereses valencianos frente a un gobierno central al que se atribuyen todos los males de nuestra comunipaisregió.

El PePé y su entorno buscan inducir un ejercicio de desmemoria en la ciudadanía para que al votar no tenga presente el fracaso y la ruina de la política popular: especulación urbanística, desarticulación del tejido productivo y terciarización de la economía. Y todo, aderezado de comportamientos prepotentes, soberbios y persecutores de toda crítica o disidencia. Como si el vergonzante índice de fracaso escolar, las insoportables listas de espera en la sanidad, la degradación del litoral o los deplorables contenidos y ruinosa economía de la radiotelevisión valenciana, por poner sólo algunos ejemplos, fueran fruto de la confabulación antivalenciana de ubicuos enemigos exteriores.

Pero los datos de la última oleada de la Encuesta Social Europea evidencian que la población española incluida la valenciana, aprecian la vida en democracia, desconfían de políticos y partidos, se autoubican más a la izquierda que el resto de los europeos, son partidarios de la intervención de los poderes públicos en la corrección de las desigualdades y ofrecen índices en laicidad, tolerancia y libertad moral, más altos de lo que algunos modernos torquemadas quisieran. Con estos datos, ¿cómo es posible que tantas voces, incluida la de una izquierda resignada, asuman por anticipado un nuevo éxito del Partido Popular? Podemos ofrecer algunos apuntes.

Las actitudes y valores de nuestra población presentan dos rasgos singulares y persistentes. Primero, su interés por la política muestra el índice más bajo de Europa, presta escasa atención a la información política que no venga manufacturada por la televisión y tiene una muy baja percepción de su propia capacidad para incidir en los políticos y en la política en general. Segundo, y paradójicamente, los españoles se autorreconocen como una de las sociedades europeas más felices, superada sólo por los países nórdicos. Cualquier manual de Ciencia Política aclararía que tales actitudes y predisposiciones son adquiridas y que, por consiguiente, se pueden revertir.

Pero al PePé valenciano no le conviene mejorar las condiciones de información y participación política de la ciudadanía. Sus estrategas saben bien que el ser humano no reacciona frente a los hechos, sino ante las interpretaciones que éstos sugieren y que si se sirven precocinadas por laboriosos y machacones gabinetes de comunicación y propaganda, se obtiene una sociedad dócil, manejable y poco exigente ante la mentira, la corrupción y la degradación democrática.

Esta construcción de una realidad falsificada se acompaña de una constante labor contra quienes puedan cuestionar el discurso dominante. Véase, si no, la marginación impuesta a los profesionales de Canal 9 que rechazan ser agentes de la propaganda oficial, el ninguneo de medios de comunicación alternativos o el desaforado ataque a la libertad de información que supone el cierre, por estrangulamiento económico, de la red de repetidores propiedad de Acció Cultural que permitía la recepción de TV3 en la Comunitat Valenciana.

Entretanto, los partidos valencianos de izquierda consumen sus energías en querellas internas, incapaces de asumir un discurso original y propio que les distancie de los patrones liberales y no acaban de implicar a la amplia base ciudadana capaz de superar el desfase entre las actitudes y valores políticos mayoritarios y el voto de las valencianas y valencianos.