Lo de Ruiz Mateos hace una gracia relativa. Quiere decirse que nos reiríamos si no nos lo impidieran nuestros principios (él no se suicida porque se lo impiden los suyos). Piensas en los trabajadores de esas empresas, en los proveedores a los que ha dejado colgados, en el agujero que le ha hecho a la Seguridad Social, incluso en los inversores que le creyeron de buena fe y te das cuenta de que el asunto no es para reírse, aunque él siga haciendo chistes. Se produce aquí una tensión clara entre la comedia y el drama. Observas con atención la fotografía de toda esa familia pintoresca y te dices: «Hombre, es de risa». Escuchas las reflexiones filosóficas del capo acerca del suicidio y casi sueltas la carcajada. Lees las declaraciones de uno de los hijos asegurando que venderán sus casas para pagar hasta el último céntimo y no das crédito.

Total, que si te ríes te sientes mal y si lloras, también. Ruiz Mateos fue siempre una combinación imposible de tragedia griega y astracanada carpetovetónica. Cuando creíamos que lo había hecho todo en el terreno de la representación teatral (incluida la agresión con tarta a un enemigo), le regaló a su señora un club de fútbol de enorme sabor castizo. Le ponía a uno los pelos de punta ver a la atroz doña Teresa comprobando el estado físico de sus jugadores. Hay una España que no nos abandona nunca, aunque se gestione desde Holanda o desde paraísos fiscales. Aun en el caso de que España se convirtiera, toda ella, en una terminación nerviosa de un edén financiero, conservaría aún esa gracia autóctona de la que Ruiz Mateos y familia son fieles exponentes.

Lo mejor, con todo, es que el jefe del clan no pueda quitarse de en medio, porque sus creencias religiosas le impiden darse un tiro. No sabemos si esa información da risa o pena. Y así vivimos, entre la carcajada y el estertor, que tanto se parecen. Te acercas a socorrer a un amigo porque crees que se muere y resulta que está tronchándose de la risa. Y viceversa. Personajes como Ruiz Mateos y familia contribuyen mucho a esta confusión. La mezcla de religiosidad, negocios y familia tendría su gracia si averiguáramos quién se lo ha llevado crudo.