Camps ha sido ungido por Rajoy. Primera reacción: una prensa perpleja. Mucho más asombrada que los partidos de la oposición, que ya funcionaban con esa agenda inevitable. Parece una paradoja borgiana: el poso de la ética, en manos de la prensa. ¿Es que ya nadie recuerda el «informe para la información» y la información como producto mercantil para abastecer el mercado? El PP es un producto de la postmodernidad. Al menos sabe que lo es. La prensa apenas parece advertirlo. Rajoy no ha hecho sino prolongar el tránsito de la eterna transición de Camps. En los procesos de transición hay que saber manejar los tiempos. Rajoy aplica a la política la doctrina de la fisiocracia: «laissez faire, laissez passer». Sus tiempos muertos son infinitos. En todo caso, ha derribado otro mito: el de la incompatibilidad del candidato ante la maquinaria judicial. Camps se presentará a las elecciones, bien imputado o bien procesado. La conclusión de la mudanza en la que permanece Camps desde que estalló el caso Gürtel siempre es incierta. Por el momento, el jefe del Consell ha alcanzado su objetivo, que parte de una adulteración de raíz: su necesidad de redimirse en las urnas, que entiende como una purificación personal. Su aventura finaliza ahí. Está dicho y redicho: antes de que Rajoy emprenda su viaje hacia la Moncloa, Camps abandonará el primer plano político. ¿Se clausura así esta historia? Sí. Sí por el momento y en este marco coyuntural. La lógica de los análisis y las prospectivas parten del cuadro de los datos que entrega la circunstancia. Desde ese marco referencial, la retirada de Camps está alejada de los conflictos orgánicos. Pese a que el PPCV es consciente del periodo de transición en el que habita Camps, los movimientos internos con vista al día después son sombras sin figuras. El campsismo ha arrasado en Alicante. Ripoll está amortizado; Fabra, también. El único incontaminado es Rus, cuyos reflejos condicionados enlanzan con Blasco. Pero la animosa labor del presidente provincial en el partido no se corresponde con el poder que desaloja. El Olimpo estamental del PP lo circunvala en Valencia.

El cuadro de las leves oscilaciones orgánicas acaba ahí. Tampoco podría ser de otra manera. El peso de la losa del caso Gürtel es enorme y adormecedor. Mediatiza aspiraciones legítimas en el partido y lleva paralizando al Gobierno de la Generalitat desde hace dos años, más pendiente de la agenda mediática y judicial que de manufacturar política diferenciada. También ha calado en la percepción del déficit de calidad democrática en esta periferia. Ese deterioro democrático amenaza a España y Europa, pero el caso Gürtel ha concentrado los ojos en la CV. La clave de los focos no está en los tribunales –en las consencuencias de los tribunales sobre Camps–, ni el supuesto pecado cometido por Camps al desentenderse del consejo de Prometeo a Epimeteo: «no aceptes los regalos del Zeus olímpico; antes devuélvelos todos». La clave reside en la situación de provisionalidad de Camps. Esa debilidad es la que sobrevuela –más allá de los resultados electorales– su condición y le convierte en pieza codiciada. Y esa fragilidad proviene de la dilatación del proceso, que nunca debió consentir Camps.