Un grupo parlamentario, el socialista, fallecido, tras eliminar a casi todos sus integrantes Alarte. Un Luna balbuceante y herido, que apenas logra sacudirse la retórica de Camps. Y un Camps embebido de euforia que recuerda lo que hicieron los socialistas con Pla y lo que le han vuelto a hacer ahora. ¿Qué decir? Las agonías son así y se recrudecen cuando la bancada se asemeja a un bosque de cristales rotos. Mejor que acabe la legislatura para que sus señorías socialistas dejen de vagar, paralizadas y atónitas, como si hubieran contemplado con sus propios ojos el horror. Al fin y al cabo, tras la renovación impulsada por Alarte, o la limpieza de sangre cometida por Alarte –depende del observador político o del militante afecto o desafecto–, el grupo socialista de aquí se asemeja al Gobierno socialista de allá: ambos están en tránsito. Han adquirido la condición de provisionalidad, que es un tipo de enajenación dotada de campechanía. En el caso del hemiciclo valenciano, los diputados tienen los pies fuera. En el del Gobierno, los tienen dentro, aunque sea para peor: con casi cinco millones de parados y el desprestigio internacional identificado con la marca ZP sólo se puede optar a convocar elecciones para ser ratificado o para pasar el testigo. Por el momento, los alcaldes valencianos apenas «conocen» a ZP y los líderes autonómicos desdeñan ese cáliz. Camps se paseó de nuevo ayer por las Corts. ¿Cómo es posible que no le haga mella el caso judicial o la crisis económica? ¿O es que la oposición está, en efecto, enajenada, adscrita al horror al vacío? Porque, al final, ¿qué dijo Camps? Nada. O sí. Extendió su recetario famoso: los socialistas intentan destruir la CV en todos sus flancos productivos. A un lado está una CV orgullosa, fuerte, que posee autoestima, emprendedora, abierta: sus raíces están en el ADN de los valencianos. Al otro, un grupo de desharrapados que intentan escalar una cima a la que no están llamados (y que encima lo quieren llevar, a él, presidente de la Generalitat, a la cárcel). Una y otra vez, la misma música, el bolero tenaz. Ha de ser que a los valencianos les gustan los boleros pastosos e impostados.

Naranja o deidad. La organización agraria AVA-Asaja, que ha acompañado al Consell en casi todos los frentes –el del agua correspondería al frente Oriental de la II Guerra Mundial–, calificó ayer de repugnante y desafortunado el cartel de los socialistas en el que se observan naranjas podridas –el PP– y naranjas relucientes –el PSPV–. Su posición coincide con la de Camps, que descalificó en las Corts la campaña. Según él, perjudica a la agricultura valenciana. Tampoco la imagen es del agrado de la Unió –la organización progresista–, que fue más comedida en público que en privado: «No nos gusta ver naranjas podridas ni en los carteles y ni en los supermercados». La naranja, por estos pagos, es una deidad. No importa que se se pudran en el suelo por toneladas, que se desprecie su comercialización, que su productividad sea baja y el minifundio perenne. Ay! del que toque una naranja como emblema. Cometerá una herejía.