Cuando aún se dedicaba a la política activa, decía Rodrigo Rato que "… en política el que da primero es el único que da". Probablemente lo sigue diciendo. Llevar la iniciativa, actuar antes de que nadie lo espere u ocuparse con protagonismo y resolución de lo que otros ni imaginaban es ponerse delante, fijar las reglas y encabezar el sendero. Ello no presupone en absoluto que la propuesta, la actitud o el camino sean positivos ni edificantes, solo indica que lo planteado es relevante y hasta puede que trascendente.

La llegada de Bildu a la alcaldía de San Sebastián o la presidencia de la Diputación Foral de Guipúzcoa (legalmente ya se llama Gipuzkoa) no desata especulaciones sobre el proyecto que representa, sino que ya genera la frustración y la desilusión hasta de algunos que aplaudieron la resolución del Constitucional. Las reglas empiezan ya a estar en manos de los que corearon el nombre de Eta. Ya en 2003 el partido político denominado ANV coló buena parte de sus candidaturas en los municipios de Euskadi. La Abogacía del estado impugnó todas aquellas listas que el gobierno dispuso y éstas fueron ilegalizadas. Las restantes participaron en las elecciones, obtuvieron notables resultados y se integraron en las instituciones llenándolas de Eta. Posteriormente, ilegalizada Anv por la Sala 61 del Tribunal Supremo por considerarla "la candidatura de Eta", este partido abertzale fue disuelto pero sus concejales siguieron adscritos a los ayuntamientos en los que estaban hasta finalizar el mandato municipal. Fue la primera vez que Zapatero propició la llegada de Eta a los ayuntamientos.

Entretanto, una organización terrorista debilitada ha seguido exhibiendo su existencia con robos de armas, cartas a empresarios exigiendo pagos extorsionadores y algunos atentados más o menos fallidos. Detenciones y persecución legal ha sido también la extraña tónica paralela del llamado "proceso de paz" impulsado por ZP y finalmente fracasó una vez más. El atentado de la T4 de Barajas puso fin a este delirio, al menos formalmente, pero muchos importantes observadores siguieron diciendo que la cúpula gubernamental no había cejado, que mantenía instrumentos y fines.

Y llegó Sortu, y no fue admitido. Tras él, Bildu, una coalición de partidos compuesta por EA –Eusko Alkartasuna-, EB –Esker Batúa- y algún otro. Era Sortu, aún llena de otros prestados ropajes. Y, en un ejercicio de presunto cinismo rebuscado, irrepetible y cercano al paroxismo, las instrucciones fueron que la Abogacía del estado instara ante el Supremo su ilegalización o no admisión, al tiempo que otras instancias e interlocutores puede que trasegaran en otros lares y con los definitivos objetivos. La sentencia del Tribunal Supremo no dejaba lugar a dudas, la directa relación con Eta de Bildu fue considerada probada y, por tanto, la referida organización política no podría concurrir a las elecciones municipales.

Lo que vino después, de la mano un atomizado Tribunal Constitucional, corrigiendo al Supremo y cuestionando las pruebas por éste consideradas, es la segunda llegada de Eta a ayuntamientos y diputaciones con el horizonte de su más que probable irrupción en las elecciones generales. La realidad vociferante y material supera cualquier presunción previa. Un PNV favorecedor del concurso abertzale restaña sus heridas electorales acusando a Egíbar de haberse superado a sí mismo provocando el adelgazamiento político propio. El PSE, algo pasivo al principio y entusiasta en la recta final, cuenta los días y las horas que le restan en Ajurianea. No muchos. Y Rodríguez Zapatero, en sus horas postreras, hace su feliz inventario. Muchas marcas imbatibles, innumerables, y en ocho años dos veces Eta en las instituciones democráticas es sideral. Nadie como él –como él y sus íntimos colaboradores necesarios-. La Historia le espera, en ella su nombre se rodeará de adjetivos no muy elogiosos. Alguno puede que recuerde a miserable.