Están las cosas tan mal que al discurso de Rubalcaba algún que otro medio lo llamó «lección profesoral». No, no lo fue. Sólo alguien que lleva mucho tiempo sin visitar las aulas puede confundir los géneros hasta ese punto. Ahora, una lección profesoral que se precie usa power point y se sirve de presentaciones, esquemas, fotos y un fragmento de película. La intervención de Rubalcaba resultó un discurso político vertido en una rara y desmañada retórica, sincera y directa, entre coloquial y refinada, castiza siempre, y en verdad dotado de una eficaz arquitectura, de una apreciable capacidad de análisis y de una impactante claridad. Para un observador imparcial, escucharlo fue un momento excepcional de la política española de los últimos quince años. Para los militantes socialistas, la esperanza de que ese casi millón de españoles que han votado en blanco se decidan por su papeleta. Para los líderes populares, por el contrario, representa un guante que va a quedar sin recoger. En realidad, no se ve a nadie de la cohorte de Rajoy con fuelle para responder. El PP ha decidido seguir la línea de argumento más sencilla, el dilema más obvio: si Rubalcaba tiene algo bueno que proponer, que lo aplique desde el Gobierno; si no lo ha aplicado ya, es que no lo tiene. Dilema obvio, y también con un punto de verdad, pero políticamente equivocado.

La clave del discurso de Rubalcaba dice esto: el Gobierno está pagando una crisis de la que el PSOE no es el autor intelectual. El Gobierno se equivocó en no romper con la política del ladrillo. Como los españoles, el Gobierno se comportó como un incauto y se endeudó. Pero, en realidad, somos los únicos que actuamos de forma responsable. El PP —viene a decir Rubalcaba— es el autor intelectual de la burbuja española, y si gestionase esta crisis haría pagar todavía más duro a las clases medias españolas el haber sucumbido al canto de sirena del neoliberalismo, que el mismo PP promovió. Es más, no tiene otra receta que volver a la burbuja. Nosotros, por responsabilidad, hemos evitado la intervención, pero con recortes mínimos. Ahora, ultimadas las reformas duras, debemos buscar lo imposible para alcanzar las reformas posibles, el fruto de nuestra libertad. Ésta es la esencia del discurso del domingo. Aunque sin momento sublime, se puede apreciar un esquema de juego que asume lo más básico: poner a España ante el futuro. En suma, la sustancia del discurso de Rubalcaba es que debemos situarnos ya en la poscrisis. Entonces sus propuestas (reforma financiera, consolidación educativa, reforma laboral y reforma política) tienen sentido.

El pequeño problema es que nadie tiene la cabeza en la poscrisis. Y nadie la tiene ahí porque estamos ante una situación que va poniéndose cada día más fea. La índole de esta coyuntura es de tal magnitud que no estamos en condiciones de medirla todavía. Lo que vino a decir Rubalcaba es que, si salimos de la crisis, deberíamos hacer reformas para parecernos a Alemania. Rajoy le contestó que no hay nada que inventar: basta que hagamos lo que hace Alemania para salir de la crisis. Miro con satisfacción que nuestros políticos se hayan puesto de acuerdo en algo tan básico. Ahora sólo queda una pregunta adicional. ¿Cómo hacemos lo de Alemania sin ser alemanes? Pues no podemos olvidar que la Alemania que resiste a la crisis se forjó en un gobierno de coalición nacional en 2005. Si ese millón de votos en blanco van a las urnas y cogen la papeleta de Rubalcaba, que nadie excluya un horizonte parecido.