Seguramente quien inventó las pruebas de resistencia para la banca es militante del PSPV, solamente así se explica el calvario que los socialistas valencianos vivimos hace más de quince años. Es impresionante la cantidad de acontecimientos que nos han ocurrido, y ahí continuamos resistiendo, aunque cada vez con menos fuerza, frente a un PP que ha patentado el producto «Comunitat Valenciana, fácil de untar» como una de las mejores referencias de su catálogo.

El examen que pasamos los socialistas el pasado mayo ha emergido a la superficie algunas cuestiones soterradas entre las cuatro plantas de Blanquerías. La más preocupante, la falsedad que supone pensar que todo el mundo está de acuerdo con los líderes del partido y su línea política, en una especie de práctica militante regulada por la uniformidad en el pensamiento y la fe en el mando. Aprobarlo todo por unanimidad (o la vertiente perversa del asentimiento) es pan para hoy y mucha hambre para mañana, teniendo los militantes parte de culpa en esta situación.

Otra cuestión es la relativa al efecto haz lo que yo diga pero no lo que yo haga. Desde hace años, la izquierda vive en la contradicción de proponer participación y transparencia, y actuar de manera bien diferente, con endogamia y concentración, a la hora de dirigir los partidos.

Episodios como las fallidas primarias con Asunción (éste no demostró seriedad y lealtad en la derrota, pero tampoco lo hizo en la victoria el secretario general), o las remuneraciones de la cúpula orgánica del partido, demuestran escasa sensibilidad con prácticas lícitas pero moralmente reprochables, por no hablar del hasta ahora indisimulado uso de recursos y vehículos institucionales, o la tentacular presencia de familias enteras en listas electorales o puestos de confianza.

Se suele argumentar que los socialistas valencianos hemos perdido cierto rumbo ideológico y político. No acabo de estar de acuerdo como partido. Sí es cierto que hemos perdido credibilidad en la defensa pública de nuestra propuesta programática, siendo generalistas y poco contundentes en su plasmación, mostrando una gran separación con parte de la ciudadanía valenciana.

Pongo algún ejemplo. Qué decir de la falta de una reivindicación contundente del papel de los servicios públicos, y del personal a su servicio, ante los ataques directos, de lo que ahora se llama mercados, aunque toda la vida se ha llamado capitalismo salvaje. Es más fácil diagnosticar que curar. Lo asumo. Pero también es cierto que parte de la solución pasa por ser coherentes en los comportamientos, cómplices con los afiliados, y perderle el miedo a la autocrítica política o erradicar la práctica de asalarización laboral-política de dirigentes que tras quinquenios y quinquenios de derrotas electorales vienen recibiendo como premio cuatro años más (o cinco si son elecciones europeas).

Pero no quiero perder la esperanza. Milito en un partido que lo resiste todo, y hasta ganamos elecciones generales en aquel inocente País Valenciano de los años 80. ¿Por qué no en 2012…o en el otoño caliente que se nos avecina?