El episodio del senador Curbelo, presidente también del Cabildo de La Gomera y, según parece, de picos pardos por Madrid, es de los que no tiene desperdicio a la hora de entender en qué manos ponemos a veces nuestros destinos políticos. Dando por sentada cuanta presunción de inocencia sea precisa, lo pone de manifiesto cualquiera de las frases contenidas en el sumario policial que le fue abierto tras ser detenido en estado manifiesto de embriaguez a la salida de un burdel —olvidemos el eufemismo de la sauna— en un enclave que abunda en esos establecimientos. Al margen de hacer uso continuo del mantra preferido de los chulos profesionales —tú no sabes con quién estás hablando—, el senador Curbelo agredió a los policías y, tras ser reducido, comenzaron a salir de su boca las perlas que han sido publicadas. Trató a quienes le detenían de borrachos, de pringaos, de terroristas y de moros, les acusó de estar pagados «por los putos fachas del PP» (el caballero es socialista) y les deseó que se muriesen de cáncer.

Al parecer, el conflicto se generó porque al hijo del senador Curbelo, de nombre nada menos que Adays, le trataron con desconsideración en el burdel. Querían cobrarle, cosa que a su señoría le cabreó no poco, acostumbrado como debe estar al gratis total. A partir de ahí, el resto del episodio que es de esperar que no se quede en una anécdota. Porque si bien es cierto que los senadores gozan de inmunidad parlamentaria, ésta no da ni de lejos para que, yendo de putas, se emborrachen, se líen a puñetazos con la policía y amenacen con acabar con la carrera de los agentes que intentan calmarles. Pero, ya que estamos, tal vez lo suyo sería ir hasta el fondo averiguando por medio de qué mecanismos llegó una perla así a ocupar los cargos de los que tanto presume hoy.

Casimiro Curbelo es militante socialista desde hace treinta años y ha gozado de una carrera meteórica. Secretario general de su partido en La Gomera a los doce meses de estrenarse como político, alcalde en ese mismo año, parlamentario regional varias veces y presidente de su cabildo desde hace dos décadas, cualquier repaso a las hemerotecas pone de manifiesto que no ha cesado de estar bajo sospecha de marrullerías que incluyen, amén de los consabidos negocios oscuros relacionados con el urbanismo, a la CIA y al servicio de espionaje cubano. Que un mirlo blanco así, siempre bajo sospecha pero nunca imputado y experto en el arte de pasar desapercibido, se haya visto inmerso en el episodio de Madrid dice mucho de los riesgos del alcohol. Pero, al margen de la dimisión del caballero, inevitable y ya consumada, debería decir más acerca de los mentores políticos, algunos de ellos en puestos relevantes de los gobiernos últimos; en particular, de la manera como se elige a quienes han de administrar fondos públicos, gestar y aplicar leyes y, en suma, dirigir nuestros destinos institucionales. Aunque eso, en realidad, era conocido de antemano. El senador Curbelo andaba errado: sabemos muy bien de quiénes estamos hablando.