Italia se escandaliza ante los sueldos, los gastos y los privilegios de sus parlamentarios, que se autoexcluyeron del durísimo ajuste presupuestario aprobado de urgencia para intentar calmar a los mercados: recortes de gastos, copago sanitario, adelgazamiento de plantillas, aumento de impuestos al consumo, casi todo sobre las espaldas de las gentes más humildes. El pueblo sufrirá, pero los honorables no han tocado ni un euro de sus complejas remuneraciones. Justo lo contrario de lo que se hizo en España, donde el recorte medio del 5% de los salarios funcionariales se acompañó de otro muy superior para los que tomaron la decisión. Ello no les salvó de la crítica política, pero sí de la vergüenza personal, al menos por un tiempo.

Pero esta Italia que se escandaliza por los ingresos de sus parlamentarios es la misma que ha estado jaleando, y en una parte nada despreciable todavía jalea, a un Berlusconi que con sus prácticas reduce a los senadores a la condición de monjitas de la caridad. El dueño del primer grupo financiero italiano, el titular de la mayor parte de la televisión privada, el comprador de votos en las sesiones parlamentarias decisivas, el investigado que dicta leyes a medida para evitar la acción de la justicia, el organizador de fiestas orgiásticas, el promotor de una concepción decorativa y sexual de la juventud femenina, el gran mezclador de lo público y de lo privado a beneficio de su imperio personal, ha sido alabado y admirado durante décadas por el mismo pueblo que ha inventado la expresión «piove, governo ladro» (y en muchas provincias «piove, Roma ladra»).

Ahora que finalmente, y de la mano de la crisis económica y la incapacidad de hacerle frente, la popularidad de Il Cavaliere se viene abajo y los jueces se deciden a aguijonearle, ahora la atención de las gentes se vuelve hacia los parlamentarios, que además lo ponen fácil para la descalificación. «La Casta», le llaman al grupo compacto de políticos que se mueve por los salones del poder (y en Italia no faltan palacios), cambiando de función sin moverse realmente de sitio. Berlusconi se va a beneficiar de un indulgente «todos son iguales». Al fin y al cabo, su ascenso político formó parte del reflujo antipolítico tras la gran catarsis contra la corrupción, que liquidó de golpe a toda la estructura de partidos surgida de la posguerra. Manos Limpias, le llamaron a aquello. La política no soporta el vacío, y siempre hay algún espabilado aguardando las limpiezas generales para llenar huecos. Roma aplaude al emperador mientras entierra la República. Viva el César, mueran los senadores.