El pobre toro bravo Ratón va a acabar sus días como donante de semen, un triste destino para tanta bravura, es como si el Capitán Trueno acabara por centrar todo el valor que derrochó en tantas aventuras en la cría y selección de tomates. Una faena (del campo). Hasta mil dosis de semen al año le van a extraer al toro, verbo aplicado con toda exactitud ya que el licor seminal se obtendrá por electroeyaculación —duele sólo de pensarlo— y no mediante el roce con las ciento ochenta hembras de su vacada, entre vacas de sólidos remos y graciosas novillas de ojos apaisados. Nada de alegrías para el cuerpo, sólo ordeño y mando ¡Mira que llamar dosis a los espasmos del amor, como si hablaran del DDT! Cuando sale alguien bravo, lo retiramos; si es que por no ofender, no hablamos (valenciano).

Tendremos que acostumbrarnos a ver a Ratón con una probeta en el prepucio —la imagen es rigurosamente literal y está extraída de la crónica de E. Alòs y R. Puchades— tesitura impropia de cualquier animal varón (cuya agonía agranda la creación según Miguel Hernández) y más de un sultán. Dicen que lo hacen por «evitarle más desgaste», en las cópulas, claro: cuánta gente preocupada por la salud ajena. Ratón es de una ganadería de Sueca pero lo que ustedes tal vez no sepan es que Sueca fue, durante muchos años, punto de remonta, es decir el lugar al que se dirigían los sementales de la Tercera Región del Ejército para, mediante procedimientos canónicos y de acuerdo con las ordenanzas

—militares, por supuesto— preñar a las yeguas y mejorar la estirpe de su descendencia, según el recio sentido estamental.

Se preguntarán ustedes el por qué de tanto manejo viril en Sueca, donde la masculinidad viene a menudo envuelta en las brumas de la duda o en el oscuro embozo de la sospecha, pero es que los caminos del Señor, además de inescrutables, son para partirse de risa. Ratón, como el animal del que tomó el nombre, tendrá de una Navidad a la siguiente, una prole mucho más numerosa que la de nuestro padre Abraham.