El origen inmediato de la derrota del PSOE en las elecciones generales se rastreará en la intervención de Zapatero ante el Congreso, el pasado martes. En un asombroso ejercicio de reivindicación del presente por aplastamiento del futuro, el jefe del Ejecutivo se descolgó con una atolondrada reforma de la Constitución, hasta la fecha solicitada por la derecha y denegada por la izquierda, al igual que ocurre por ejemplo en Francia. El candidato Rubalcaba no es una víctima colateral de la maniobra, sino su principal objetivo. El zarpazo a las aspiraciones del candidato socialista posee tal magnitud, que por fuerza ha primado sobre la habitual sumisión a los mercados. Por lo visto, los tiburones financieros examinan con lupa los compromisos constitucionales de los países que aspiran a doblegar. La Constitución amansa a las fieras.

Zapatero y Rajoy reeditan una pinza inesperada para anular las aspiraciones de Rubalcaba, que ya afrontaba bastantes problemas sin el concurso del improvisado dúo. La ceremonia parlamentaria del martes transmitía la sensación de la cesión del testigo de un presidente a su sucesor, unidos en la modificación del texto que define al Estado. En la secuencia de los hechos desvelada por el propio Rubalcaba, el jefe del Ejecutivo pactó primero la aprobación del líder de la oposición, y sólo se dirigió al candidato del PSOE una vez que contó con el apoyo conservador. ¿Qué hubiera sucedido si se plantaba el cabeza de lista?

Rubalcaba debió adivinar, en cuanto Zapatero le describió la pinza, que Rajoy utilizaría en el Congreso las chanzas de su rival sobre los efectos taumatúrgicos de un límite constitucional al déficit. El líder popular no defraudó, y dedicó el primer folio de su intervención a perdonar el agravio y aceptar la enmienda. A tres meses de unas generales, el presidente del Gobierno concedía al principal rival de su partido la oportunidad de ejercer públicamente una virtud de reyes, la magnanimidad con el vencido. Aznar aguardó unos meses antes de desacreditar a su sucesor, tras verificar las dotes de perdedor de Rajoy. Zapatero zancadillea a Rubalcaba antes del debut.

En precampaña, la contabilidad electoral todo lo impregna. Por tanto, cabe preguntarse cuántos votos cosechó Zapatero el martes. Entre el sometimiento ciego al electorado y la imperiosa necesidad de ganar para aplicar el programa propio, el presidente pudo trazar un camino intermedio. En cambio, reforzó la imagen de que la primera misión de Rubalcaba consiste en que los votantes olviden al actual presidente. Sólo a continuación podrá enfrentarse al PP, que no al huidizo Rajoy. Una tarea ímproba para desarrollarla en apenas tres meses. Se representa la versión española del duelo fratricida entre Tony Blair y Gordon Brown, donde el primero anhelaba —por emplear un verbo que frecuenta Rajoy— la derrota del segundo, que a su vez había conspirado para derrocar al primero.

La pinza de Zapatero y Rajoy demuestra a posteriori que el presidente del Gobierno no tenía ningún interés en dejar el cargo. En su frivolidad, la propuesta de reforma acelerada de la Constitución también certifica que el PSOE se juega la supervivencia como partido, desde el mismo 21-N. La atropellada sacralización del déficit cero ya ha suscitado conatos de escisión, cabe imaginar la estampida si los socialistas pierden su tenue conexión con el poder. El peligro de fractura viene de antiguo, pero nadie imaginaba que los socialistas facilitarían el trabajo del PP. Las renuncias a figurar en las listas harán el resto. El Bono español ha perdido interés, Elena Salgado quiere ser ministra pero no candidata, Chaves se ausenta y Alfonso Guerra —presidente de la comisión constitucional del Congreso— se entera de los retoques a la Carta Magna en el mismo momento que los ciudadanos.

Rubalcaba ha quedado reducido a la condición de outsider, con la única ventaja de que ya nadie lo vinculará a Zapatero. En su interminable esprint de cien metros, el candidato socialista empieza de cero cada semana, lo cual mantiene intacto su déficit electoral. Una vez que el presidente del Gobierno y Rajoy se adentran en el templo constitucional, pueden sanearlo eliminando artículos tan violados como el derecho de todos los españoles a un «trabajo digno» o a una vivienda. Juguetear con la Constitución y no modificar la sucesión preferente del varón al trono es un insulto para el conjunto de la población, y no sólo para las mujeres. De acuerdo con su línea argumental, Zapatero debe mantener que los mercados prefieren reyes viriles y que los especuladores atacan sin misericordia a los países que se atreven a encomendar su destino a una mujer. Así acabará el Gobierno del presidente que más luchó por la paridad.