Rodrigo Rato se presentó en el foro del PP sobre empleo, celebrado en Las Palmas, bajo la piel de un dirigente más. Algunos cronistas le llamaron, tras su intervención y a escasos meses del 20N, «el nuevo estandarte del PP». El presidente de Bankia no sólo logró dejar perplejos a socialistas y populares, sino que abonó una estela muy pastosa: el debate sobre la politización de las cajas se trasladaba como un trueno a la politización de los bancos. Bankia es un banco muy singular. No sería nada sin Caja Madrid ni Bancaja. Se ha formado sobre ambos pilares, y ese legado lo nutre y representa. Rato llegó a la cúspide de la entidad financiera con el aval del PP nacional y del PP madrileño, al igual que José Luis Olivas, hoy vicepresidente, lo hizo con el crédito del PP valenciano.

En Las Palmas, Rato, ante Cospedal, González Pons, Mato o Montoro, deslizó la necesidad de bajar los sueldos en relación con la productividad. Rajoy clausuró el encuentro «popular» al día siguiente. El matrimonio de Rato con su partido es indisimulado y, si se me permite la expresión, muy tosco en sus actuales circunstancias: no se sabe si el eminente banquero actúa como dirigente del PP o el eminente dirigente del PP actúa como banquero, dado que la frontera se desdibuja conforme va pasando el tiempo. La posición de Olivas es más sutil: no ha aceptado un protagonismo uniformador con su partido desde que ascendió al séptimo cielo financiero, más allá de los actos protocolarios. En todo caso, la estampa de Rato en Las Palmas es perturbadora y granítica: la clientela de su banco se diluye por todos los colores del paisaje político. El fichaje de otro exdirigente del PP como Ángel Acebes para el denominado «banco malo» de Bankia completa el fresco del que hablamos, lo escora y lo politiza.

Madrid y Valencia son plazas importantes del PP y sobre esos escenarios llenos de gaviotas se ha fundado el nuevo banco, tributario de las cajas matrices. Mientras se diseñaba la nueva entidad, los valencianos nos quedábamos huérfanos de poder financiero en contraste con Cataluña, Galicia o el Pais Vasco. Y ese poder lo ha perdido esta autonomía gobernando el PP aquí y Zapatero en España. Conviene recordar los detalles y repartir las culpas en sus justos términos o nos armaremos un lío. En el olimpo de las responsabilidades se ha de incluir, en el lugar más destacado del frontispicio, al empresariado valenciano, ausente de cualquier compromiso a largo plazo y ausente en la presión inmediata sobre los estamentos políticos que gestionaban el desastre actual (desastre para la CV, claro). Si bien es verdad que su ausencia –la del empresariado– no es significativa, dado que viene de antiguo y resulta ya rutinaria –un costumbrismo más–, sí es cierto que la catástrofe es reciente y aún está fresca, lo que añade pólvora a la renuncia. ¿Y después de esto, qué más dará si Rato compagina ideas y cargos y politiza Bankia?