La crisis económica ha sido la excusa perfecta que ayer esgrimió la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, para firmar la defunción de la Mostra de Cinema Mediterrani. Pero en realidad se ha tratado de la puntilla para un certamen que sobrevivía moribundo y desnortado desde el día en que se desvirtuó su intención original. La Mostra nació hace 33 años como parte de un proyecto más amplio de punto de encuentro cultural de los países mediterráneos. La llegada del PP al poder municipal supuso un cambio radical de planteamiento y se optó por un festival más centrado en traer estrellas internacionales pero sin una línea temática definida. Con el paso de los años, desaparecieron las estrellas y el sucesivo cambio de directores sólo sirvió para dar continuos bandazos de orientación y contenido, mientras el público daba la espalda a la cita anual que, además, sufrió también un errático cambio de escenario. La bajada del telón de la Mostra, por otra parte, representa también una mala noticia para el sector audiovisual valenciano, que contaba en este festival con el único escaparate comercial, al margen de Canal 9.

El fin de la Mostra de Cinema representa un fracaso en la política cultural del Ayuntamiento de Valencia, que deja escapar una herramienta que bien gestionada podría haber contribuido más a la proyección internacional de la imagen de la ciudad y de la Comunitat Valenciana, que parece fiada exclusivamente a los grandes eventos que ahora se encuentran también bajo revisión.