Opinión

Nuevas realidades

M.ª Amparo Tortosa

Los nuevos riesgos sociales a consecuencia de la crisis económica traerán problemas de seguridad, un empobrecimiento de la población y una destrucción de empleo que, por ser tan rápidos, están siendo difíciles de controlar, pues llevan un ritmo inversamente proporcional al de las soluciones políticas. Los nuevos recortes sociales por llegar no solo traerán más manifestaciones y protestas, multiplicadas por sectores de afectados, sino que pondrán en la desesperación a los que ya eran pobres y a los nuevos pobres que tampoco puedan acceder a las ayudas sociales. Cualquier situación límite puede ser inflamable, incluso cualquier incidente que ocurra con las fuerzas de seguridad.

Todas estas nuevas y desafiantes realidades, en especial la destrucción de modelos económicos y sociales de forma masiva y veloz, están desbancando a los modelos clásicos de partido y a la ideología tradicional. Por el momento no tienen grandes recetas, están desorientados, la magnitud del fenómeno les ha pillado sin ideario, y lo que es peor: son problemas urgentes que no estaban en la agenda de los partidos y se están viendo desbordados. Las reformas parciales de urgencia son un parche para hoy, pero una incertidumbre para el mañana.

Para estos tiempos se requieren grandes líderes, políticos con solvencia que sean capaces de afrontar grandes emergencias y el nuevo orden mundial con solidez y especialización, que sean incluso capaces de elaborar un nuevo ideario para la necesaria refundación de la economía, la educación, la sanidad y el modelo político-social. Y ello tampoco es posible sin contar con la sociedad que se está manifestando por esa renovación total a la que los políticos se resisten mientras nos arrastra el vendaval. Necesitamos políticos arriesgados y valientes, que no titubeen a la hora de remover todos los cimientos del Estado y de unos sistemas de trabajo que llevan dos siglos sin reformarse y que hasta ahora nadie se atrevió a tocar. Es incluso el tiempo de los tecnócratas, de contar con especialistas al frente de la política, porque la emergencia que nos apremia requiere de expertos en el poder.

Más allá de las formas con que se ha hecho la enmienda constitucional para, supuestamente, controlar el déficit público, debería preocuparnos mucho más el qué ha fallado con todas las normas e instituciones que ha dado la democracia para controlar las cuentas del Estado: el pacto presupuestario, las leyes, el Tribunal de Cuentas, todo lo que no ha evitado el derroche. Lo que debería preocuparnos es que los políticos no están revisando los mecanismos que han fallado y éstos van a continuar disfuncionales. Tampoco la clase política puede ampararse en la falta de preparación y de cultura política de los españoles como para no dejarnos decidir y participar más de lo que ya de por sí se nos tiene encorsetados, pues son ellos mismos los que han derrochado irresponsabilidad y falta de preparación para controlar las cuentas del Estado. En la Grecia de Pericles se evaluaba a los políticos diez veces al año y sufrían penas severas si no cumplían, igual que pagaban con su patrimonio los desfalcos. Y los políticos de hoy desarrollan su actividad con escasos controles.

Claro que la Constitución es sagrada y hay que respetarla, pues debemos dotarnos de normas supremas para garantizar un orden, pero ello no exime que se reforme para adaptarla a los nuevos tiempos y demandas sociales. La Constitución se hizo en un contexto de transición a la democracia tras una ruptura con un régimen dictatorial y en otra coyuntura económica y social, que no se corresponde con la realidad actual, y no debería darnos ningún miedo retocarla pues sería para mejorar la sociedad y el ejercicio de la política. Por su propia naturaleza solo se puede modificar mediante consenso, por tanto, ¿qué miedo debe dar a los políticos? Lo que realmente debemos afrontar es un amplio debate sobre la refundación de nuestras sociedades, de nuestro modelo económico y político, y no seguir parcheando con reformas parciales de urgencia sin visión estructural a largo plazo. Necesitamos ambición para seguir construyendo un país moderno acorde a los nuevos tiempos. Qué otras maneras de salir de esta crisis y de fundamentar un nuevo estado social, muy en especial con el modelo educativo-sanitario, deberían abordarse con ambición desde algún foro del que pudieran salir propuestas globales. Es totalmente intolerable, inaceptable e insostenible poner en los límites del drama humano a ciudadanos que, al fin y al cabo, no han sido responsables de esta crisis y la están pagando como el que más sin merecerlo.

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