Si le gusta la risa, irá donde esté el humor. Hubo un tiempo en que se leía pero ahora hay pocas revistas en el mercado y esa falta de competencia no garantiza su calidad. Hubo años en que estaba en los discos y se grababan humoradas con música o a palo seco. En la radio siempre tuvo hueco, ahora especializado en la imitación de las voces y del género de los informativos. En la televisión se desarrolla en dibujos animados —«Los Simpson» cumplen 22 años— en telecomedias —de familia o de jóvenes al sexo— en espacios del género absurdos y en teletabernas del chiste. En los pubs, a noches, dispensa humor un tío en un taburete y en Internet se comparte universalmente mucha risa doméstica.

Hay un lugar secreto donde se despacha humor: los juzgados. En los periódicos y en los informativos se ve a personas conocidas que entran a los juzgados bajo graves acusaciones de corrupción, de robo, de estafa, de haber traicionado la confianza de los electores, de los vecinos, de los contribuyentes, de los impositores, de los accionistas, y salen descojonados de la risa y sonríen a la cámara. Tomar a broma el delito ante el público o los periodista es algo que popularizó Al Capone, una individuo sin más compromiso con la comunidad que abastecerla de alcohol contra una ley inútil.

Andar con juicios parece un drama pero no si estás acostumbrado: Alfredo Sáenz, consejero delegado del Banco Santander, fue condenado por presentar falsas acusaciones contra clientes para que le devolvieran impagados, es decir, por usar la justicia para la injusticia, como el gobierno Zapatero cuando le indultó. Un tío así va relajado y puede sonreír en un amargo juzgado como cualquiera en una pastelería, por decir un recinto donde las cosas son dulces.

Sería bueno saber qué pasa en esos juzgados para hacerse idea de qué se ríen estos tíos y tías.