El ámbito de lo simbólico es sustancial en política. Y todo cambio de gobierno es un ejercicio de poder. Algún día Fabra había de desembarazarse de la «tutela» del anterior presidente. No importa aquí que la tutela fuera real o imaginaria. Persistía el espíritu. Y ningún gobernante Camps con Zaplana permanece inalterable a ese halo de influencia. La política también la elabora el clima externo. Paula Sánchez de León, a la que Camps había aupado a la vicepresidencia, ha jugado el papel de la dirigente sacrificial. Su desplazamiento ha bastado para que Fabra se haya quitado lastre de encima. Pero, sobre todo, para afirmar su control. Son dos gestos en uno: inaugurar una etapa nueva (un Consell «propio») y afianzar su potestad. ¿Eran pasos previsibles? Se podría decir que pertenecen a la agenda inevitable de todo gobernante. Fabra no ha esperado demasiado para activarla.

Ciscar, uno de los políticos más hábiles de la «nueva» hornada del PPCV, que acabó con el ripollismo en Alicante bajo el ideario de Camps, se ha convertido en el personaje clave del primer Consell de Fabra, que no ha modificado a más actores de su gabinete. Tampoco hacía falta jugar más cartas. Para confirmar su autoridad y señalar la ruta postcampista, con el gesto de Sánchez de León ha sido suficiente.

Para los tiempos duros, magnitudes políticas amplias. A Ciscar le ha confiado la segunda plaza en el Consell y la portavocía. Català, en Educación, es una incógnita (y ese departamento no se merece tantos cambios) pero quizás sea una apuesta de largo alcance vinculada a la mudanza que se cierne sobre el partido, con Ciscar sobrevolando ese firmamento como una galaxia en continua expansión. Fabra ha de consolidar ahora el plano orgánico y ha elegido a Ciscar como pareja.

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