El escritor estadounidense Michael Connelly, que antes de dar vida a personajes de ficción como el veterano policía de homicidios Harry Bosch o el redactor de sucesos Jack McEvoy, que triunfan ahora en las librerías, trabajó buena parte de su vida como periodista, proponía recientemente un cambio de rumbo en los diarios impresos para poder sobrevivir con garantías a la situación que están atravesando. Connelly defendía que la supervivencia para muchos diarios pasará por «encoger el mundo»; esto es, renunciar a lo global y centrarse paulatinamente en áreas más pequeñas y ofrecer contenidos que nadie más pueda ofrecer, así como noticias «que la gente pueda usar», y convertirse, como antes ya lo fueron los periódicos en muchos casos, en los apoyos primarios de la sociedad; en el centro de ese espacio, el sitio para la información, la conversación y el debate. Por tanto, cercanía, utilidad y función pública dinamizadora como medidas para fortalecer el periodismo tradicional en un momento de convulsión como el actual.

La propuesta de Connelly no es novedosa, y lleva implícitas algunas de las principales teorías que se vienen debatiendo en torno al camino que la prensa tradicional debe recorrer para mejorar su situación. Una de ellas es la de la reconversión hacia productos de nicho. En el caso local, ser aún más locales y atender más los barrios, distritos e incluso manzanas, aunque también centrarse poco a poco en nichos temáticos o segmentados por perfil del lector, en otros casos de periódicos no locales. Apostar, en definitiva, también en periodismo, por la long tail, la larga cola, término acuñado en 2004 por el editor de la revista Wired, Chris Anderson, para definir negocios cuyo éxito radicaba en enfocarse y especializarse en muchos pequeños grupos y renunciar a los grandes, pudiendo llegar a facturar tanto como los dirigidos a las grandes masas. En el caso aplicado al periodismo, ser aún más locales: hiperlocales, con una importante vertiente de interpretación y análisis de los contenidos.

Otra de las teorías que subyacen bajo la propuesta de Connelly es la de dar una mayor relevancia al llamado periodismo cívico o comunitario, ocupando un espacio que ahora se otorga de manera amplia a otras áreas, como el «periodismo de conflicto», que en algunos casos se convierte en discurso recurrente y acaba cansando a los lectores. El periodismo comunitario o cívico propone centrarse algo más en problemas locales que afecten al día a día de los ciudadanos, que se vinculen a su vida de una manera más directa, y alejarse del periodismo de entrecomillado o de declaraciones políticas, y del maniqueísmo. Más información de servicios, más informaciones de solución a los problemas del día a día y análisis e interpretación, menos discurso político e institucional, menos información emanada desde los políticos o desde las instituciones hacia la sociedad, y más información nacida de colectivos y ciudadanos. En definitiva, dar mayor voz a la ciudadanía y ampliar el campo de cobertura informativa más allá de aquello que representa un mero conflicto.

Una tercera idea que queda implícita en la recomendación de Connelly es la del periodismo público, la labor del periódico como impulsor y promotor de conversaciones en cada barrio o distrito, el periódico en su papel de organizador de debates, asambleas, actos culturales, o foros abiertos a todo el público, el periódico como creador de relaciones de diálogo en las comunidades, involucrándolas en la discusión social y dirigiéndose a sus miembros como ciudadanos y no como simples espectadores. Convertirse, en definitiva, en imprescindibles, como lo son otras figuras sociales o profesionales en un área poblacional, sin las cuales no se puede entender de igual modo el día a día.

Aparte de que probablemente ninguna de estas propuestas, ni muchas otras de las que se analizan y debaten, por sí mismas, sean suficientes para afrontar el reto que supone la llegada a la sociedad de una generación muy distinta a la anterior y un cambio radical en los hábitos de consumo de información, y que cualquier solución debe tener un ángulo de visión de 360 grados y no dejar de lado aspectos como la presencia de las nuevas plataformas como complemento, la necesidad de facilitar la socialización de la información, o el conocimiento de las nuevas áreas de interés, el periodismo, por encima de todo, no debe renunciar a una función social axial: informar, denunciar, desvelar lo que no quieren que se desvele, ser esa parte que defiende a los ciudadanos, atacando la corrupción, y que les ayuda a entender mejor la sociedad. Si el cambio supone una renuncia a estos postulados, se habrá ganado algo, pero se habrá perdido casi todo.

Como se lamenta la redactora jefe de Local Dorothy Fowler, uno de los personajes de Michael Connelly en su libro La Oscuridad de los Sueños, «si pensamos en el buen periodismo que hemos visto en nuestras vidas€ la corrupción desenmascarada, el beneficio público€ ¿De dónde saldrá eso ahora si hacen trizas todos los periódicos del país? ¿Del Gobierno? Ni hablar. ¿La tele, los blogs? Menos aún. Un amigo mío al que le dieron puerta en Florida dice que la corrupción será la nueva industria floreciente sin el control de los periódicos». Ojalá nunca se cumpla el vaticinio.