La política es el escenario donde se representa con más fluidez la farsa de las defunciones y nacimientos de los personajes. En la vida real te mueres o naces sin que nadie cuente contigo. En la política siempre hay un «creador» de los nuevos actores sociales o de la decadencia de los anteriores.

Este último año ha sido vertiginoso en trances existenciales. En este trozo de España, Camps ha celebrado sus exequias (si no lo resucita el juvenil jurado popular con pinta de 15M) y su vacío ha sido ocupado por Fabra, que ha alcanzado el despacho de la calle Caballeros gracias, ironías de la vida, a El Bigotes, en colaboración con Rajoy. Los orígenes también pueden ser creativos. Y José Císcar (creo que con acento, según el canon de La Marina) ha brotado bajo el tormento de la finitud autonómica de Sánchez de León, dictaminada por Fabra. Los ocasos también son bellos. Nadie, sin embargo, contempla, en política, su propio sepelio, como Houellebecq en su última novela. La política es previsible y está al margen de las genialidades.