La primera condición de un imperio es presumir de eternidad. Ha predominado un desdén imperial en los dirigentes del PSOE, el partido que ha gobernado España durante 22 de los últimos treinta años. De ahí el trauma colectivo ante la súbita extinción de su poder, que lleva aneja una pena de irrelevancia. Se puede exceptuar de la tentación olímpica al amable Zapatero, aunque la ha fomentado con inusitados nombramientos ministeriales. La izquierda en el poder se apropió de la realidad, sin dejar ni las migajas para sus representados. El 15M es un movimiento de la izquierda burguesa contra la izquierda burguesa, una bendición adicional para el PP de las victorias inexorables.

Anegados en el valle de lágrimas, los dirigentes del PSOE con la vitola de ex confiesan su distanciamiento de la calle. Demasiado tarde, aunque siempre reconforta que el alcalde de Toledo, Emiliano García-Page, advierta contra la posibilidad futura de «tomar a los militantes por párvulos». Bienvenida sea la naturalidad expresiva, pues permite consignar sin tapujos que los socialistas tomaron a los votantes por tontos. De ahí los resultados encadenados en 2012, en un ciclo que se clausurará con las elecciones andaluzas. Y en cuanto a la magnitud de una catástrofe que no asimilan convenientemente, un digno concejal toledano es lo máximo que la izquierda puede aportar hoy en términos de poder. Los demás están de relleno, empezando por los candidatos avanzados a la secretaría general.

De hecho, los dirigentes socialistas se empeñan en actuar como si la brutal fragmentación del voto de izquierdas fuera ajena a sus actuaciones pasadas o futuras. En cuanto amaine la crisis o adviertan la verdadera dimensión de Rajoy, los votantes díscolos regresarán espontáneamente al redil. No tienen adónde ir, otro símbolo de altivez imperial. La temeridad socialista en la gestión de su destino obliga a un interrogante radical. ¿Hay vida después del PSOE? Los signos de interrogación son la única concesión a una posibilidad de regeneración interna, que las declaraciones abstractas y el cruce de manifiestos escoran hacia lo improbable.

Según Jesús Caldera €exministro, como todos€ en una entrevista a Tiempo, el programa electoral que ha llevado a los socialistas a su mayor derrota electoral, por no hablar de la pérdida de más de cuatro millones de votos, «no sólo es válido para los cuatro años próximos, sino para los diez o quince». En efecto, el PSOE tiene un problema. En cuanto los pobres de izquierdas han dejado de ser ricos, se han olvidado de votar progresista. Los electores se deshicieron de la opción socialista a sabiendas de que no quedaba nadie al frente del país, según demuestra el escueto incremento en votos del PP. Esta herida autoinfligida es una variante del odio popular hacia la banca, que cursa a raudales con independencia de que repercuta en la suerte de los ahorros a ella encomendados.

La condición de comparsa requiere una etiqueta distinta. La paradoja del PSOE establece que no podrá apoyar, desde la oposición, aquellas iniciativas del PP que los socialistas propugnaban desde su Gobierno autocomplaciente. Por supuesto, cuesta desmontar los tics del partido que no ha digerido la pérdida del poder. Por ejemplo, ha demostrado seguidismo en el caso Urdangarín, redundando en la actitud vaticana de quien se considera a resguardo de las veleidades humanas. Ni siquiera la amputación de la mitad de su cuerpo electoral corrige la sensación imperial. La izquierda mayoritaria se aplica la doctrina de la botella medio llena, le quedan siete millones de votos por perder.

Alguien tiene que quedarse con el PSOE, que sigue anclado en el dilema Rubalcaba o Chacón. Los resultados en España desaconsejan al primero, Cataluña descarta a la segunda. El exvicepresidente ya se estrelló al ensayar el doble salto mortal de desmarcarse de Zapatero después de haber sido su número uno. Ahora ensaya el triple salto de que se olvide asimismo el pronunciamiento electoral. Demasiado difícil, incluso para Rubalcaba. Su única baza personal consiste en recordar que hubiera obtenido más votos de haberse presentado al margen del PSOE.

El arquitecto Norman Foster se basa en su propia experiencia como enfermo desahuciado y recuperado, para enarbolar las virtudes a contrapelo del estado de negación. Sólo desde la esperanza irracional pueden superarse las crisis extremas. Sin embargo, es probable que considere exagerado el optimismo de aplicar su tesis a la actual situación del PSOE, tan cercana a la irreversibilidad.