Hace años leí en una revista que si un niño nace ciego y al cabo de dos o tres años se descubre una nueva técnica quirúrgica se puede corregir el problema físico causante de su ceguera. Bueno, pues ese niño jamás podrá ver, porque nosotros no vemos por los ojos sino por el cerebro. A lo largo de los primeros meses de la vida del niño se establecen las conexiones neuronales que le permiten ver.

El niño «aprende» a ver igual que aprende a oír, a hablar y si ese proceso de aprendizaje no tiene lugar en esos años de formación del cerebro, nunca desarrollará el proceso de la visión.

Viene esto al caso porque mi hipótesis es que ese firmamento estrellado parece puesto ahí por «alguien» para estimular la inteligencia del hombre. Sin esa Luna con sus fases, sin ese Sol con su declinación variable, sin esos planetas desplazándose erráticamente por el cielo, difícilmente hubiera alcanzado la humanidad el nivel de desarrollo actual. Mi idea es que si la Tierra estuviera cubierta de un manto de nubes tapándonos el cielo, todavía la humanidad estaría en el megalítico y con escasas posibilidades de salir de él.

De hecho, la primera ciencia que se desarrolló fue la Astronomía, alcanzándose en la Edad de Bronce, en Mesopotamia, unos elevadísimos niveles de precisión en la determinación de las posiciones de los cuerpos celestes.

Quizá el descubrimiento más notable fue percibir la periodicidad de las posiciones celestes y de entre ellas, la más importante, la del Sol. Tanto en el Imperio Antiguo egipcio, como los sumerios, sabían que el Sol (en su movimiento aparente) tarda poco más de 365 días en volver a ocupar la misma posición sobre el fondo de las estrellas. Al mismo tiempo descubrieron en sus observaciones, que al mediodía solar, la posición del Sol sobre el horizonte va «ascendiendo» y «descendiendo» para cada día del año.

Podemos imaginar, pues, la gran inquietud de un observador al notar cómo el Sol va acercándose gradualmente, cada día un poco más, hacia la línea del horizonte, con el riesgo de desaparecer para siempre. Al tiempo, no es difícil imaginar el gran alivio que suponía para los astrónomos de la época comprobar que en una determinada fecha, el Sol «rebotaba» y volvía a ascender. Ese venturoso acontecimiento que suponía el renacer del Sol es muy normal que fuera celebrado con gran júbilo por parte de los habitantes de las primitivas civilizaciones.

En un ambiente donde lo habitual era el nacimiento, el crecimiento, la muerte y la inevitable corrupción, comprobar que el Sol «resucitaba», tuvo inevitablemente un fuerte significado místico y sagrado. No todo se corrompía, los cielos mantenían inalterable su vigor, después de un decaimiento volvía a nacer el mismo Sol para iniciarse un nuevo ciclo vital.

Los imperios caen, los hombres mueren, pero el Sol sigue con su ciclo. Nuevos astrónomos, nuevas civilizaciones, nuevas religiones, pero la celebración de ese día mágico de la «resurrección» solar se mantiene actualmente con toda su carga de alegría, jolgorio y bienaventuranzas.

Los astrónomos llaman a ese día «solsticio de invierno», en esa fecha la declinación solar alcanza su mínimo valor de -23,5º y consecuentemente en el hemisferio boreal el día es el más corto de todo el año, pero ¿a quién le importan esos detalles?, es época de celebraciones, los cristianos celebran el nacimiento de Jesús de Nazaret y lo llaman Navidad, los romanos hace dos milenios celebraban las «saturnales» con el mismo desenfreno de consumo de alcohol y comida aunque con distinto trasfondo. En Newgrange, en Irlanda, hace 5 milenios construyeron un túmulo funerario con un estrecho pasadizo de 18 metros de longitud por donde entran exactamente los rayos del Sol hasta la cámara funeraria el día del solsticio de invierno. En Stonehenge en Inglaterra los menhires principales están alineados con la posición de salida del Sol el solsticio de invierno.

En realidad, un observador situado fuera de nuestro sistema solar se sorprendería del gran alboroto que organizan esas curiosas e inteligentes formas de vida, habitantes del tercer planeta, pues a la Tierra en su movimiento de traslación alrededor del Sol no le ocurre nada en especial, todavía le faltan 14 días para llegar a su perihelio (máxima proximidad al Sol). El solsticio es pues consecuencia del geocentrismo, así pues, seamos tolerantes con esa doctrina que aunque errónea nos permite tener una excusa para poder celebrar esta periódica resurrección solar.