Mi amigo Romualdo es un hombre discreto y reservado. Pasa horas en su biblioteca, tiene un semblante serio aunque educado. Parece imponer una distancia con la realidad, pero es atento con los vecinos. Viste clásicamente, despide una autoridad natural sin excesos de confianza. Y ahora viene la pregunta, ¿es más probable que Romualdo sea juez o que trabaje en hostelería? Instintivamente, se tiende a adjudicarle de preferencia la condición augusta de magistrado. Sin embargo, una tímida reflexión nos obliga a recordar que hay mil empleados de hostelería por cada juez, por lo que la ley de las probabilidades coloca a más ciudadanos reservados en las recepciones de los hoteles que en los tribunales. Ojalá se me ocurrieran experimentos así, pero me he limitado a adaptar un ejemplo propuesto por Daniel Kahneman, psicólogo y Nobel de Economía. Es un maestro en la teoría de las decisiones y le encanta demostrarnos que actuamos como si supiéramos demasiado. Falsificamos las preguntas correctas con otras más fáciles porque nuestra mente funciona con piloto automático, sin necesidad de distorsionarla con una emoción. Ahora que ya conoce a mi sesudo amigo Romualdo, cuál de los enunciados siguientes le parece más probable: 1) Romualdo trabaja en hostelería. 2) Romualdo trabaja en hostelería y tiene una carrera universitaria. Numerosas personas se decantan por la segunda opción, lo cual es absurdo porque la primera engloba a la segunda, y por tanto le aventaja en probabilidad. No estoy presumiendo, conozco la respuesta y mi mente me obliga a equivocarme de nuevo. Vivimos en el error. ¿Apostaría usted al lanzamiento de una moneda que le hace ganar 130 euros si sale cara, y perder 100 euros si sale cruz?