Al principio, Mariano Rajoy se refugió en Twitter, ahora ya debe de andar parapetado tras la nube de Google. A este paso, José Antonio va a tener que compartir con el gallego el título de «el Ausente». Creo que nunca hubo un presidente de Gobierno con tan poca sed de telediarios (ojalá fuera cierto), con menos veleidades de protagonismo y con tal grado de discreción que yo diría que se nota que es registrador de la propiedad. Nada que ver con los recientes próceres del Reino de Valencia, afectados la mayoría por costosísimos espasmos de escaparate e incapaces de dar un paso, ni en las gradas de los estadios, sin un retratista de cámara.

Se ve que no hay buenas noticias para dar y por eso Rajoy manda por delante a la primípara y rosada Sáez de Santamaría en la confianza de que este país, que fuera de caballeros —y quien tuvo, retuvo—, alguna consideración tendrá con la joven señora. Y que procuran que no se nos despeine el césar: para arremangarse en el tajo hay todo un ejército laboral de reserva, con perdón de la expresión. Jesusito de mi vida, haz que piensen que todavía está Zapatero al mando. Y que sigue negándose a convocar elecciones anticipadas. Mientras tanto, la leal oposición cumple con su compromiso de no lanzarse a la belicosidad, ni aún verbal, se nota que no les han reducido el sueldo y que entre sus señorías han sido erradicados los sacrificios humanos a favor del cordero del perdón en El asador de Aranda.

Un fenómeno reciente y curioso fue el subterráneo acuerdo o sobreentendido que por encima de estilos y vocaciones, acometió a varios comentaristas de prensa a la hora de comparar a Rajoy con el pontífice escapista de la película Habemus papam, de Nanni Moretti. Todos ellos —diletantes, combativos, estetas o eruditos— pensaron en Rajoy apenas iniciada la película (que está bien para pasar el rato). El toro bravo ya lleva meses caldeándose los cuartos traseros al sol de la plaza, gracias a este invierno tropical, pero no vemos al torero. Claro que en Pontevedra, no hay de eso, creo.

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